martes, 4 de enero de 2011

La gente es buena, pero no como Frank Serpico.

La gente es lo mejor de un mundo donde tantas cosas maravillosas hay. Uno podría poseer todo el mundo para sí y añorar a la gente, o cuando menos a alguna gente. Así que no la menospreciéis, porque la gente es maravillosa (salvo excepciones) y la gente, en particular la familia y los amigos, son lo más valioso que tenemos. Con vosotros, amigos, querría estar siempre.

Pero la gente es muy diversa. Un setenta por ciento se convence con emociones más que con razones o golpes. Un veinte por ciento, más o menos, con razones más que con emociones; y el diez por ciento restante, a golpes, bofetadas y puñetazos (casi todos estos están ya en la cárcel u opositan a ella). Este diez por ciento puede sumarse o no al otro setenta por ciento, pero ese setenta por ciento no merece que lo asocien con él, aunque se lo engaña tan fácilmente que muy bien ese diez por ciento, si es un poco listo y usa su astucia sometida a la fuerza, puede dominarlos.

Eso no quiere decir que los brutos no posean inteligencia ni que los inteligentes no tengan sentimientos, etcétera. Significa sólo que en cada uno de nosotros una parte está más desarrollada y las otras dos son más rudimentarias: no todos pueden desarrolarse equilibrada y completamente, es más, es casi imposible lograr algo así.

Uno los puede ver en una comunidad de vecinos. Los pocos y los muchos, siempre los mismos, siempre iguales. Un diez por ciento de gilipollas, un setenta por ciento de comparsas y un veinte por ciento de gente razonable. Y la proporción se repite invariablemente, salvo en política. En política hay un cien por ciento de gilipollas.

He visto una película ayer. La debo haber visto cinco o seis veces ya. Se trata de Serpico. Yo recomendaría que la vieran los que pretenden hacer de quijotes; por casualidad, mis amigos echan en su cineclub Simón del Desierto de Buñuel, que también va de santos (San Simeón el Estilita, en concreto) y desagradecidos. Verán que todos acaban muertos o apaleados, pero son necesarios para cambiar las cosas a mejor y no a peor. El mismo Cristo era un quijote, como bien supo ver Dostoievski en su insuperable Idiota, el príncipe Misjin. Por eso lo pongo en morado, que es el cárdeno color de los palos. Dostoievski leía cuando compuso esta obra a Nietzsche y a Cervantes; menuda mezcla. Sólo una cabeza balcánica, o cuando menos eslava, podía sacar algo de esa paradoja entre héroes egoístas y generosos.

En realidad Serpico es una obra cómico-trágica, como la vida misma; es un placer ver a un womanizer como Al Pacino interpretar a un personaje real entre paredes con desconchones y hombres cosidos a balazos y cicatrices, haciendo de poli bueno pobre y honrado y repitiendo que hay sobornos en la policía y que le trasladen a una sección donde haya gente como él (que no hay, para su desgracia) a su novia, sus jefes y sus amigos hasta que se queda afónico, sin novia, sin jefes, sin amigos, en coma, con un tiro en el cráneo, con placa de oro del departamento y jubilata o "expulsado del cuerpo" como un excremento. "¿Cómo? No le oigo", "no le entiendo bien", "me has interpretado mal", "no, no es eso lo que digo", "yo se lo diré al jefe", "creo que algo me dijeron, hace mucho". Estas sorderas, círculos viciosos, dificultades, tropezones y lentitudes al beneficio colectivo me suenan mucho. Son frases comunes entre los corruptores de mayores. Otras: "No lo veo claro", "espere a que le llamen", "rellene un formulario y espere"... más silencio administrativo. Eso sumado al acoso laboral, el cachondeo, los corrillos, la memoria creativa o abiertamente mentirosa, el corporativismo, el dinerillo, la politiquilla, el escalafoncito, el ninguneo. Luego está, por añadidura, el olvido interesado, el rodeo excéntrico, la acumulación burocrática, la manipulación, el rumor malsano, la imputación paradójica y la posposición indefinida, procedimientos todos que adornan las parábolas, nunca mejor dicho parabólicas, de Kafka.

1 comentario:

  1. Monty Python

    Recuerdo un gag de La vida de Bryan donde, en en un grupo de conspiradores, uno dice: la gente no se da cuenta de que el problema son los romanos, ante lo que los demás asienten. El argumento se repite, variando el problema: la gente no se da cuenta de que el problema es el paro, asentimiento general, etc, hasta que uno de ellos afirma, sin ser contradicho, la gente no se da cuenta de que el problema es la gente.

    Sobre tan fina ironía caben varias interpretaciones. Repetiré aquí una de las pocas citas que me sé de Voltaire. Mi misión es matar el tiempo, la del tiempo matarme a mi. ¡Qué bien se está entre asesinos!

    Respecto a Serpico, decir que todos queremos hacer alguna vez ese digno papel. La trampa es querer hacerlo sólo cuando nos conviene. De ahí la potencia del personaje, que, no recuerdo si has dicho, procede de una novela.

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