jueves, 10 de marzo de 2011

Dos citas sobre la educación

Tomado de por ahí:

Manuel García Morente: Virtudes y vicios de la profesión docente, Revista de Pedagogía 169 (1936) pp. 11-12:

“Por muchas razones propende el docente a ser un resentido. Prescindo del maestro fracasado. Porque toda vida fracasada, la del maestro como la de cualquier otro profesional, conduce derechamente al resentimiento. Pero aparte del maestro fracasado el resentimiento acecha también al buen maestro, al docente de vocación auténtica, si no cuida de fortalecer de continuo su fidelidad a la misión elegida. Me limitaré a subrayar dos causas principales que empujan fácilmente al maestro por el plano inclinado del resentimiento.

La primera es la gran desproporción entre las virtudes y capacidades que la sociedad exige del maestro y las compensaciones y satisfacciones que le ofrece. La sociedad no confiere todavía al docente la holgura económica que necesita. Con lo cual la sociedad comete una gran torpeza, porque es principio evidente y casi ley física que no se pueden tener buenos servidores si no se les paga bien. Pero aun esto sería de poca monta y el docente auténtico no para demasiadas mientes en ello. Lo peor es que la sociedad, tacaña en bienes materiales, es quizá todavía más parca en conceder al maestro la estimación a que tiene perfecto derecho. Es curioso que la sociedad no se cansa de proclamar los merecimientos de la profesión docente, pero al mismo tiempo le niega de hecho esa preeminencia de valor que, sin dificultad y epontáneamente, confiesa deberle. Hay en esto una extraña duplicidad y como hipocresía, que valdría la pena someter a un estudio sociológico e histórico.”

Petronio: El satiricón (II d.C.), traducción de Lisardo Rubio, Gredos, Madrid 1988:

 “Y así, según mi opinión, la juventud, en las escuelas, se vuelve tonta de remate por no ver ni oír en las aulas nada de lo que es realmente la vida. Tan sólo se les habla de piratas con cadenas apostados en la costa, de tiranos redactando edictos con órdenes para que los hijos decapiten a sus propios padres, de oráculos aconsejando con motivo de una epidemia que se inmolen tres vírgenes o unas cuantas más; las palabras y las frases se recubren de mieles y todo -dichos o hechos- queda como bajo un rocío de adormidera y sésamo. [...] En el fondo, los maestros no tienen la menor culpa en lo que atañe a los ejercicios declamatorios: ellos se ven en la necesidad de ponerse a tono con los insensatos. Pues si sus lecciones no gustaran a la juventud, ‘se quedarían solos en sus escuelas’, como dice Cicerón.” (I, 1-3)


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