Estuve en las lagunas de Ruidera con familiares y amigos; yo ya conocía el lugar (he viajado por casi toda la provincia acompañando a mi padre o vendiendo cosas de puerta en puerta); recuerdo que por la estrecha carretera que las circunda mi padre atropelló a algunas liebres que luego se comió; a mí me daba algún asco. Entre nosotros hubo quienes se remojaron como unos garbanzos, y el sol les pegó una tunda, porque estaban muy blancos, por caso mi mujer. El paraje es precioso; hay siete lagunas grandes entre unas quince, aunque no son en realidad lagunas, sino remansos fluviales; la del Rey, la Colgada, la de Lengua y la Redondilla son las más famosas. Aunque había concurrencia, era lunes y uno podía realizar una paseata con cierta desenvoltura; Paloma nos estuvo contando sus hazañas de remo y windsurf de este verano en una colonia del lugar (y también sus agujetas); el agua era de un verde especial, porque era agua pura, de lluvia; por ahí podimos ver avispones contumaces, tábanos golosos, moscas cojoneras, tímidos pececillos, cangrejos mareados y casi asfixiados y varias bandadas de patos (los había a patadas, decía Ana Isabel). Eran muy descarados y les dimos de comer algo de pan en la laguna del Rey, llamada así quizá porque esos reyes tan cazadores, los Austrias o más probablemente los Borbones, habrían podido haber venido de montería por aquí. Yo hice un poco de sociología patal, y saqué unas cuantas tristes conclusiones. Veréis, si tiraba pedazos pequeños de pan venía un pato cualquiera y se lo comía, sin que hubiese más discusiones; pero si tiraba un gran pedazo, quien lo cogía se iba hacia el borde de la bandada sin compartirlo y se formaba una persecución al estilo de Horacios y Curiacios que establecía una jerarquía: el pato afortunado se llevaba todo el pan a mar abierto, donde era más libre y no tenía necesidad de compartir, se iba a la periferia del grupo y, antes, se formaba una pelea mayúscula. Ya veis, si hay mucho y no se divide, se genera una dictadura y una guerra civil. Pero si se reparte el pan, se genera una sociedad de patos con el espacio rigurosamente dividido y sin problemas. El nombre de Ruidera surgió por etimología popular, porque en el siglo XVI se nombra este lugar como Riadera; en todo caso, ya Cervantes las llama así. Entre unos nueve o diez que estábamos allí desaparecieron cuatro tortillas de patatas, varias lonchas de queso y embutidos, no pocas botellas de refresco y algo de fruta; luego tomamos algún helado y café en un lugar del contorno. Vimos jugar a los viejos a la petanca y un parquecillo muy mono con algunos aparatos de gimnasia; conocimos a la familia del novio de Gloria, que es Edu; recuerdo a su madre, que resultó ser una antigua alumna de historia del colegio universitario de Ciudad Real y me recordaba también; ahora vive en Manzanares, casada con un enfermero de quien tiene además a una hija. La pastelería de mis parientes, El buen gusto, en Manzanares, estaba cerrada.
Estuvimos cogiendo moras cerca del cementerio de Ruidera, en un lugar llamado el Derrumbadero o algo así donde hay un mirador cerca de una cascada; es un lugar agreste y arbolado y por allí abundaban las matas de moras. Me entraron ganas de coger estramonio por pura curiosidad, ya que he estado leyendo sobre ese hierbajo desde que se ha cargado a unos cuantos muchachos tontos del haba que se atrevieron a cocinarse una infusión de ese veneno. Me quedé con ganas de ver la iglesia de La Solana, que es muy hermosa vista desde la distancia, y de cuyo interior imaginero guardo algunos recuerdos bastante vívidos. También pasamos por Alhambra, cuyo nombre en árabe significa castillo rojo, y en efecto es una aldea subida a unos cerros, uno de ellos coronado por una torre roja mellada. Membrilla, la del galán de Lope de Vega, que fue uno de los reductos más importantes del anarquismo en Castilla durante la Guerra civil. Poco queda ya de eso.
El convite fue debajo de una copuda encina situada a la orilla de la laguna La Lengua, así llamada por la particular erosión que sufren sus bordes de piedra, socavados por debajo de forma tal que asomaban como su nombre da a entender. Por debajo del reborde, a la altura del agua, salían las ramas de varias higueras cuyos huesos llegaron seguramente allí y echaron raíces. Los restos mortales de una sandía abandonada por algún turista estaban cerca de la encina; por el otro lado, una hermosa mierda dejada también tal vez por algún otro, aunque no olía. Algunos automovilistas que pasaban por allí nos rociaron con el polvo del camino, los muy jodíos. Nosotros nos pusimos a comer de pie usando un taburete de mesa sin apercibirnos del panorama hasta que ya era tarde, pero no estuvo mal. Amenazaba tormenta, pero la desintonía entre relámpagos y truenos la anunciaba para muy tarde, así que estuvimos tranquilos, aunque un buen chapuzón hubiera refrescado a quienes, por demás, ya estaban en traje de baño, en una tarde muy calurosa; en fin, liamos el petate y nos fuimos otra vez a casa.
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