sábado, 22 de febrero de 2014

Patatines y patatanes

Desde que Sarkozy dijera aquello tan gracioso de refundar el capitalismo (¿puede fundarse la basura con más basura?), ningún político había tenido la pachorra, o la alquimia suficiente, como para sintetizar ideal y mierda en la misma frase y alcanzar los límites mismos de la mentira salvo los españoles, que, como mentirosos a secas y ni siquiera políticos, a fuerza de prodigarse en un mundo al revés, han llegado a hacerse sencillamente increíbles, o creíbles solo para lameculos, chupamindas y demás aprovechados y catarriberas. 

Un político genuino aporta un gramo de idealismo, un nosequeo de utopía que logra correspondiente condescendencia; pero un sucedáneo español, que solo se tapa las vergüenzas, usando mentiras de taparrabos, no se granjea simpatías y ni siquiera esa complicidad de espectador de sainete que hizo del nunca amortajado Berlusconi un líder del putrefascismo. La Infanta hace su deposición ante juez sin esfuerzo, nada penosamente, sin cagarla, con la típica posma de una bri, perdón, borbona, y un ricohombre, que no hidalgo, senador se deja caer de su inútil cargo senatorial con jeta y carpeta tras haberse lamido con entusiasmo las prebendas y haber puesto un pico en Suiza. 

Ya ni siquiera procuran ocultarse bajo una prosa churrigueresca. El chorizo público (o privado, qué más quita) español es tan vulgar, de marchamo tan cantinfresco, de verdad, que, fuera de defraudar (también) toda estética, ha logrado sacar al pueblo a las plazas moviendo, no ya la indignación, sino un desconsuelo que nace del más profundo desamparo, como si no bastara el que nos ha venido de su gestión del presupuesto, que más parece ingestión. Dan ganas de irse a zurrar otra badana o incluso consagrarse al estudio del nostrático o a calcular la incidencia del pedo discreto en los conventos de monjas, porque hablar de política es más ridículo y menos útil, es como hacer de Job en el estercolero. 

Para no aburrirse, Larra contemplaba a los políticos españoles como si fueran patatas y era la monda. Al menos las patatas, como los asteroides, no presentan siempre la misma cara, los mismos rasgos, son todas distintas entre sí y por eso no resultan aburrantes. Es cierto que, como los políticos, los tubérculos engordan con el fiemo, la mugre y la descomposición social y se reproducen por gemación, algo así como retoños familiares o amiguetes, procurando esconder su volumen orondo de forma subterránea. Se desarrollan muy bien en este clima mediterráneo, propicio a la cooptación más que al mérito. Cierto que las ocasionales heladas de democracia y justicia no son buenas, pero, gracias al suave abrigo y protección que ofrecen la Constitución (hecha para dar una finca de caza al rey de España y compañeros de usufructo), y las eviternas leyes franquistas (que, como los números reales, tienen principio y no fin), la producción de miserias sociales y particulares está garantizada hoy en día en un reino en que, gracias a ellos, la apariencia es un monarca que gobierna sobre la esencia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario