En un lugar del Toboso de cuyo nombre Cervantes no se quiso acordar... Así podría comenzar la historia periodística del verdadero Don Quijote. Existió, se vestía cual caballero y alanceaba a enemigos en los caminos manchegos. Francisco de Acuña habría inspirado al manco de Lepanto para su novela de caballería.
En un lugar del Toboso ocurrió en el año del señor de 1581 una peregrina historia jamás vista ni oída. En el camino de esta villa a la de Miguel Esteban sucedió que dos mozos de familia hidalga se enfrentaron como furibundos combatientes por un asunto de poder. La historia habría quedado en el margen escrito de los anales de La Mancha como una pendencia más entre jóvenes hidalgos si no fuera porque uno de los contendientes iba ataviado de tal guisa que parecía que un astroso Amadís, un malhadado Tirante El Blanco o un menguado Palmerín de Inglaterra se hubiera aparecido por ventura cabalgando hasta estos campos para desfacer entuertos dignos de aparecer en las crónicas.
[En efecto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su república, hacerse caballero andante, y irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban deshaciéndose todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos, cobrase eterno nombre y fama. (El Quijote. Primera parte. Capítulo I)]
El dicho hidalgo vestido de caballero recibía el nombre de Francisco de Acuña y parecía haber rescatado los pertrechos de todo su linaje. Apareció en medio del camino ataviado con lanza, broquel y montante a la vieja usanza, como si hubiera cogido de arcones de los desvanes gateros toda la herrumbre gallarda de su casta.
[Y lo primero que hizo fue limpiar unas armas que habían sido de sus bisabuelos, que, tomadas de orín y llenas de moho, luengos siglos había que estaban puestas y olvidadas en un rincón. Limpiólas y aderezólas lo mejor que pudo. (Primera parte. Capítulo I)]
Este Francisco de Acuña se enfrentó con Pedro de Villaseñor, hidalgo de poderosa familia que era pariente pero con el que mantenía ciertas disputas tiempo ha para controlar el Toboso. Y resultó que el de Acuña quiso matar al de Villaseñor y no dudó en intentar atravesarlo con la lanza y así cabalgó tras él por el campo ante la presencia de testigos que así lo relataron a las autoridades.
[Y viendo don Quijote lo que pasaba, con voz airada dijo: -Descortés caballero, mal parece tomaros con quien defender no se puede; subid sobre vuestro caballo y tomad vuestra lanza -que también tenía una lanza arrimada a la encina adonde estaba arrendada la yegua-, que yo os haré conocer ser de cobardes lo que estáis haciendo. (Primera parte. Capítulo IV)]
Salvóse Villaseñor de la afrenta porque huyó más rápido, ya que el de Acuña acusaba el peso de las antiguas armas, la lanza, la adarga, la celada y toda la estampa de caballero andante. Y así salvó la vida, siéndole el cielo favorable y haciéndose más cruces que si llevara al diablo a las espaldas, que así parece ser el tal Acuña según se confirma en procesos y denuncias que contra él se han hecho porque no es ésta la primera ocasión en la que intenta espantar con sus bravuconerías a todo aquel con el que se cruza por estos caminos de La Mancha.
[Y en diciendo esto, arremetió con la lanza baja contra el que lo había dicho, con tanta furia y enojo, que si la buena suerte no hiciera que en la mitad del camino tropezara y cayera Rocinante, lo pasara mal el atrevido mercader. Cayó Rocinante, y fue rodando su amo una buena pieza por el campo; y queriéndose levantar, jamás pudo: tal embarazo le causaban la lanza, adarga, espuelas y celada, con el peso de las antiguas armas. Y entretanto que pugnaba por levantarse y no podía, estaba diciendo: -Non fuyáis, gente cobarde; gente cautiva, atended; que no por culpa mía, sino de mi caballo, estoy aquí tendido. (Primera parte. Capítulo IV)]
Se sabe de bien que este Francisco de Acuña requiere afrenta al que se cruza con él por estos caminos, de suerte que él intenta pasar por lo limpio y al desdichado con el que se topa lo hace pasar por el lodo para demostrar que es el más bizarro y valiente señor de la villa, como si en estos parajes recreara este vil caballero la celebrada hazaña del paso honroso del sin par Suero de Quiñones, que rompió trescientas lanzas de caballero en la justa del puente de Órbigo.
[Y habiendo andado como dos millas, descubrió don Quijote un grande tropel de gente, que, como después se supo, eran unos mercaderes toledanos que iban a comprar seda a Murcia. Eran seis, y venían con sus quitasoles, con otros cuatro criados a caballo y tres mozos de mulas a pie. Apenas los divisó don Quijote, cuando se imaginó ser cosa de nueva aventura; y, por imitar en todo cuanto a él le parecía posible los pasos que había leído en sus libros, le pareció venir allí de molde uno que pensaba hacer. Y así, con gentil continente y denuedo, se afirmó bien en los estribos, apretó la lanza, llegó la adarga al pecho y, puesto en la mitad del camino, estuvo esperando que aquellos caballeros andantes llegasen -que ya él por tales los tenía y juzgaba-. (Primera parte. Capítulo IV)]
Pero recapitulemos para que el lector pueda comprender esta increíble historia que parece un trance más propio de los libros de caballería que de estos tiempos nuestros en los que ya no existen caballeros andantes de los que dicen las gentes que van a sus aventuras.
Creyendo que al ver la estampa del de Acuña, con esa figura de adarga, loriga, peto, espaldar y celada, veían un espejismo más propio de otros tiempos como el que vivieron los doce pares de Francia o de los nueve caballeros de la Fama, se reunió gran tumulto de gente en este camino del Toboso.
El suceso acaeció en el camino de cruce entre villas, en medio de un secarral, y en pleno verano en un día que era uno de los calurosos del mes de julio, a una hora en la que suelen transitar por estos senderos arrieros y mercaderes con quitasoles, además de esos desdichados comisarios de los que requisan grano para el suministro de las galeras reales y que por estos caminos, ventas y posadas sufren muchos infortunios y desgracias dignas de contarse.
[Y así, sin dar parte a persona alguna de su intención y sin que nadie le viese, una mañana, antes del día, que era uno de los calurosos del mes de julio, se armó de todas sus armas, subió sobre Rocinante, puesta su mal compuesta celada, embrazó su adarga, tomó su lanza y por la puerta falsa de un corral salió al campo con grandísimo contento y alborozo de ver con cuánta facilidad había dado principio a su buen deseo.(Primera parte. Capítulo II)]
La afrenta sucedió en el campo pero no muy lejos de las poblaciones del Toboso y Miguel Esteban, que aquí estas villas están cercanas unas de otras, por lo que con las voces de los combatientes también salieron al paso las gentes que andaban ocupadas en sus quehaceres. Pronto se reunieron en torno labradores, mozas de las que se ocupan de guardar la olla podrida y otras de las que llaman del partido, deshonestas y vagabundas, que también frecuentan estos caminos. Y acudieron zagales que en estas tierras tienen buena mano para salar puercos, pastores de las majadas lejanas y criados que descuidaron caballerizas por el gran griterío de los hidalgones.
Masí al espanto de voces, que cada vez era mayor, se llegaron hasta los que jugaban a naipes y trasegaban azumbres de vinazos en una posada cercana que por ser fresca y sombría reunía a una parroquia que buscaba refugiarse de la mucha calor. Olvidaron la lectura de las escudillas donde hervían caldos de despojos, cocimiento de membrillos y algunos dulces de manteca rancia y corrieron a ver el duelo sorprendiéndose de ver a un loco vestido como antaño cabalgar tras otro que iba espantado como alma endemoniada. Y algunos pensaron que los que se enfrentaban parecían también haber espumado vino de los odres en gran medida, pues la estampa era más propia de una cofradía de valentones manchegos que de la flor y nata de la matonería andante.
Y es que habría que añadir que no había allí nada de la luz y espejo de la caballería manchega sino gente ancha de conciencia, desalmada y sin temor al Rey ni a su justicia. Esta germanesca arrufada y garbeadora, espuma de lo burlesco que se junta en estos campos de La Mancha, pertenece a esa clase de matones que conocen cuantas audiencias y tribunales hay casi en toda España.
Acuña, el mozo seco de cerebro que viste de caballero, es moreno y de piel tostada de mucho recorrer los caminos porque, según la gente del lugar, anda siempre alborotando al pueblo y agraviando a todos con los que con él se topan, de modo que la gente está atemorizada. Su apariencia es la de un mozo jayán de buen talle, cosa que le hace más osado, aunque de su sangre antigua no ha guardado ni la gallardía ni el donaire.
Este Francisco de Acuña, que parece haber perdido la sesera por su disfraz de otros tiempos añejos, más parece caballero caminero que no andante, porque no está al servicio de las armas sino para conseguir el poder y el control de la villa para su familia. Nada tiene que ver su historia con la de los antiguos caballeros que desfacían entuertos, agravios, cuitas y desaguisados, porque en vez de hazañas en pro de los menesterosos y desvalidos se enreda en espantar a los vecinos.
[Desde allí a poco, sin saberse lo que había pasado -porque aún estaba aturdido el arriero-, llegó otro con la misma intención de dar agua a sus mulos; y llegando a quitar las armas para desembarazar la pila, sin hablar Don Quijote palabra, y sin pedir favor a nadie, soltó otra vez la adarga, y alzó otra vez la lanza, y sin hacerla pedazos hizo más de tres la cabeza del segundo arriero, porque se la abrió por cuatro. Al ruido acudió toda la gente de la venta, y entre ellos el ventero. (Primera parte. Capítulo III)]
Así es toda la familia de estos Acuña y Villaseñor que amedrentan a la gente de estos poblachones de La Mancha. Por poner al lector al corriente de esta espantable historia, habría que explicar que los Villaseñor mandan en estas villas desde hace más de un siglo.
[-¿Por ventura, señor -replicó Antonio-, este lugar no se llama el Quintanar de la Orden, y en él no viven un apellido de unos hidalgos que se llaman Villaseñores? Dígolo, porque he conocido yo un tal Villaseñor, bien lejos desta tierra, que si él estuviera en ésta, no nos faltara posada a mí ni a mis camaradas. -¿Y cómo se llamaba, hijo -dijo su madre-, ese Villaseñor que decís? -Llamábase Antonio -replicó Antonio-, y su padre, según me acuerdo, me dijo se llamaba Diego de Villaseñor. -¡Ay, señor -dijo la madre, levantándose de donde estaba-, que ese Antonio es mi hijo, que por cierta desgracia ha al pie de diez y seis años que falta desta tierra! Comprado le tengo a lágrimas, pesado a suspiros y granjeado con oraciones. ¡Plegue a Dios que mis ojos le vean antes que descubra la noche de la eterna sombra! Decidme -dijo-: ¿Ha mucho que le vistes? ¿Ha mucho que le dejastes? ¿Tiene salud? ¿Piensa volver a su patria? ¿Acuérdase de sus padres, a quien podrá venir a ver, pues no hay enemigos que se lo impidan, que ya no son sino amigos los que le hicieron desterrar de su tierra? (Los trabajos de Persiles y Sigismunda)]
Y por dar ejemplo que ilustre el suceso se podría recordar la historia del patriarca de la saga, el comendador Juan de Villaseñor, que colocó su sepulcro en medio del altar mayor de la iglesia de Miguel Esteban, a una altura de una tercia enmedio del sagrado. Hubo pleitos del prior de Uclés por lo mucho que estorbaba esa máquina insigne, esa grandeza que yo diera ahora un doblón por describilla. Pero ahí siguió para demostrar el poder del ánima del antepasado de uno de los contendientes en esta extraordinaria historia.
Y tengo por cierto y averiguado que unos años antes del suceso que ahora nos ocupa, los Villaseñor se enfrentaron con otra familia, los Suárez. Corría el año de 1571 y la pelea acaeció en las mismas calles del Toboso, junto a la calle que va de la tercia a la plaza de esta villa. Por causa de una deuda de dos reales que el Villaseñor le pedía a Pedro Suárez comenzaron a trabar de palabras y a desmentirse hasta que resultó todo en contienda, así que echaron mano de sus espadas.
Resultó malherido Villaseñor en la cabeza de donde salió mucha sangre, y la madre, de nombre Teresa Villaseñor, corrió a llevarlo a Quintanar porque allí había un médico, sin dejar en la carrera de hacer mil votos y ofrecimientos a las imágenes y casas de devoción de España para que Dios librase a su hijo de tan gran peligro de muerte.
El atacante de la familia enemiga de los Suárez, al ver al otro casi muerto y sin color en el rostro, se asustó y apeldó por la calle arriba dando voces y corriendo a refugiarse en sagrado para que no lo prendieran, y así llegó a la ermita de San Benito, que estaba en otra villa vecina. Y amparado del rigor de la justicia estuvo allí casi toda la jornada hasta que el aguacil mandó apresarlo.
Resultó que durante el pleito Villaseñor estuvo a punto de morir porque sufrió una mala herida en la cabeza que le provocó mucha sangre, pero se salvó, no se sabe si por la intercesión divina invocada por la matriarca de los Villaseñor o por las buenas maneras del cirujano de Quintanar de la Orden, el licenciado Pitarque.
Estas curiosas historias demuestran que estos caminos y villas de La Mancha están llenos de peligros que parece que se cita toda la jacarandina de la corte o de la Sevilla Babilonia, adonde llegan las riquezas a este reino desde los ultramares, que por esta razón atraen a jaques y truhanes para recoger las migajas del banquete de oro y plata que traen las flotas. Pero ¿qué hay aquí en esta Mancha más que un paisaje solariego para atraer tanto suceso y pleito por escándalo? ¿No hay aquí sólo haciendas, caminos solitarios, poblachones dispersos, posadas inmundas y ventas miserables? Pues paréceme que lo curioso y admirable en este lugar sean acaso esos ingenios modernos que llaman molinos de viento y que sirven para moler el grano y conseguir apriesa el pan para las soldadas. Yo no sé si será que la ventolera de estos campos que anima la máquina de estos molinos sea la razón de que aquí pierdan el juicio y se sequen y ablanden las seseras como ocurre con ese caballero falsario Francisco de Acuña. Y digo que no será raro que alguna vez se confundan estos engendros modernos en la mente de estos locos en otra cosa disparatada e imposible como monstruos que creen ver en lontananza.
Por los muchos asuntos de justicia que aquí se dan parece que esta villa sin par del Toboso y sus alrededores no es sino patria de avispones que anotan en el manual de cuchilladas sus bellaquerías. Así que sepan vuesas mercedes que aquí me leen en esta crónica que en este lugar de La Mancha del que todo buen cristiano tendría que olvidarse, encallan la moral y las buenas costumbres como si aquí sólo campeara la mala vida y se nutriera el humano desengaño. Y que en estos parajes de nuestros reinos habitan personas principales que son espejo y universidad de rufos y murcios porque reina el hampa como en los Percheles de Málaga, las Islas de Riarán, el Compás de Sevilla, el Azoguejo de Segovia, la Olivera de Valencia, la Rondilla de Granada, la playa de Sanlúcar, el Potro de Córdoba y las Ventillas de Toledo.
Y sorpréndase el lector al saber que estos duelos a lanzazos suceden entre hidalgos emparentados y que además viven en la misma calle del Toboso como es el caso de este loco Acuña y el de Villaseñor. Las crónicas cuentan que a finales del siglo pasado Fernán Vázquez de Acuña se casó con Aldonza de Villaseñor. Y que los Acuña, de cuya alcurnia desciende el mozo con adarga y seco el cerebro que nos ocupa, eran comendadores de Campo de Criptana desde la centuria pasada. Aunque parece que estos Acuña del caballero maleante son de la rama canalla del linaje.
Y que remontándonos aún más a las sangres antiguas, la primera matriarca del clan fue una tal Aldonza de Gutiérrez de Tapia, esposa de Alonso de Villaseñor, que fundó una capellanía en la iglesia de Miguel Esteban.
Este endiablado, arrogante y descomunal Francisco de Acuña es además , pero no se ocupa de luchar por los intereses de su pueblo ni a quejarse de los agravios sino de intentar defender lo suyo, que así entienden la honra estos hidalgos.
Prueba de las pendencias de este individuo es que ya ha sido puesto ante la justicia y que no es ésta la primera ocasión en que perturba la calma de estos lares. Fue en la víspera de San Juan del mismo año de 1581. Después de celebrada una audiencia del concejo de Miguel Esteban, Francisco de Acuña y otros miembros de su familia se opusieron a las decisiones tomadas por el resto de los regidores. Contrariados por no ganar en esta justa fueron a su casa y allí Francisco de Acuña se disfrazó como si esa madrugada se celebrara un baile de máscaras. Algunos pensaron al verlo así ataviado que quizás es que había decidido quemar aquella antigualla de cascos, cota de malla, escudo, espada, adarga y hasta lanza en una gran hoguera de San Juan celebrada en la villa. Pero no fue así, que este Acuña tiene por costumbre ajustar cuentas con esta estampa de otros siglos. Y también su hermano Fernando de Acuña lo acompañó en su locura siendo las dos de la madrugada cuando se salieron de la casa para afrentar a un tal Cristóbal Muñoz que en el concejo les había disputado la palabra y molestado con agravios e insultos.
Quizás fue que viéndose así vestidos se creyeron justicieros de otro tiempo y en verdad provocaban espanto en todos cuantos les veían asomar por las calles, de modo que unas mozas de las que se pintan de albayalde y aguardan la noche para sus labores creyeron que eran ánimas que regresaban de otro mundo y que la noche de San Juan y sus brujas se había tornado víspera de Difuntos.
[Contó el ventero a todos cuantos estaban en la venta la locura de su huésped, la vela de las armas y la armazón de caballería que esperaba. Admiráronse de tan extraño género de locura y fuéronselo a mirar desde lejos, y vieron que, con sosegado ademán, unas veces se paseaba; otras, arrimado a su lanza, ponía los ojos en las armas, sin quitarlos por un buen espacio dellas. Acabó de cerrar la noche; pero con tanta claridad de la luna, que podía competir con el que se la perstaba; de manera, que cuanto el novel caballero hacía era bien visto de todos. (Primera parte. Capítulo III)]
Así fueron despertando a los vecinos y provocando los ladridos de los perros que alertaban del paso de estos extraños caballeros resucitados o almas en pena que recorrían la villa. Llegaron estos Acuña junto a la casa de María de Villaseñor, madre del otro hidalgo enemigo, y comenzó de nuevo el alboroto al ver semejantes figuras con montante, casco y daga formando gran escándalo de ordinario y a deshora, que no se sabe si estos Acuña usan de estas armas antiguas para montar un carnaval o una mascarada de terror en estas tranquilas villas. Y para conocimiento del lector añadiré que este asunto también terminó en heridas, sangres, rezos, rencillas, rencores y muchos palos y lanzazos, como parecía ocurrir en todas las trifulcas en las que se enredaba este loco de Acuña y toda su raza manchega. Y es así que de causa de toda esta riña hubo nuevo pleito que duró hasta el mes de octubre y que los dos hermanos Acuña dieron al final con sus huesos en la cárcel, que es paradero de necios y escarmiento forzoso como bien saben vuesas mercedes.
[El decir esto, y el apretar la espada, y el cubrirse bien de su rodela, y el arremeter al vizcaíno, todo fue en un tiempo, llevando determinación de aventurarlo todo a la de un golpe solo. El vizcaíno, que así le vio venir contra él, bien entendió por su denuedo su coraje, y determinó de hacer lo mesmo que don Quijote. Y así, le aguardó bien cubierto de su almohada, sin poder rodear la mula a una ni a otra parte; que ya, de puro cansada y no hecha a semejantes niñerías, no podía dar un paso. (Primera parte. Capítulo VIII)]
Y por aportar a sus mercedes un dato más sobre el último suceso, añadiré que el licenciado Hernández, alguacil de este partido, atestigua que son varias las ocasiones en las que gente principal de esta villa va encubierta y disfrazada con estos montantes, cascos y broqueles y otras armas ofensivas. Y que por esta razón susodicha los alcaldes ordinarios del lugar han denunciado estos sucesos y advertido de que conviene poner remedio y que los culpables sean castigados.
Prueba de que andan estos campos llenos de villanos y alevosos es el caso que otro personaje principal, Rodrigo Quijada, fiel ejecutor del Quintanar y regidor de esta villa, ha sido denunciado por sus muchas fechorías como hacer traspasos fingidos de escrituras o engañar en el precio de una reata de mulas. Sorprenderá a vuesas mercedes que persona tan importante tenga la calaña de un pícaro de esos que alivian las faltriqueras, pero es que este Quijada cuenta con enemigos por todas estas villas y ya ha estado en la cárcel donde también se ha hecho dueño de esa república confusa.
[Puesto nombre y tan a su gusto a su caballo, quiso ponérsele a sí mismo, y en este pensamiento, duró otros ocho días, y al cabo se vino a llamar Don Quijote, de donde como queda dicho, tomaron ocasión los autores de esta tan verdadera historia, que sin duda se debía llamar Quijada, y no Quesada como otros quisieron decir. Pero, acordándose que el valeroso Amadís no sólo se había contentado con llamarse Amadís a secas, sino que añadió el nombre de su reino y patria, por hacerla famosa, y se llamó Amadís de Gaula, así quiso, como buen caballero, añadir al suyo el nombre de la suya y llamarse don Quijote de la Mancha, con que, a su parecer, declaraba muy al vivo su linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre della. (Primera parte. Capítulo I)]
Y otro caso famoso que no debe faltar en esta crónica es la desdichada historia de Martín López Haldudo, rico hacendado que sufrió el secuestro de su esposa que estaba preñada de siete meses. Fue el caso que un villano le pidió a la mujer los bienes que escondía el marido y al no saber ella dónde ocultaba doscientos ducados soterrados la tuvo presa y robó de la casa hasta seis arrobas de vino. Y todo terminó con tan mala fortuna que la mujer de este rico señor malparió dello.
[Mire vuestra merced, señor, lo que dice -dijo el muchacho-, que este mi amo no es caballero, ni ha recebido orden de caballería alguna, que es Juan Haldudo el rico, el vecino del Quintanar. (El Quijote. Primera parte. Capítulo IV)]
Con esto bien quedaría demostrado que estas tierras están llenas de gente mal inclinada que hurta y hiere hasta casi matar por tomarse la justicia por su mano. Y también de locos que no dudan en disfrazarse para avasallar a los que les replican y que para vengar ofensas y porfías se visten como si fueran el magnánimo Belianís o el invencible Olivante o el noble caballero Tablante de Ricamonte o el esforzado caballero Platir.
[Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamentos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; y asentósele de la tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas sonadas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo. Decía él que el Cid Ruy Díaz había sido muy buen caballero, pero que no tenía que ver con el Caballero de la Ardiente Espada, que de sólo un revés había partido por medio dos fieros y descomunales gigantes. Mejor estaba con Bernardo del Carpio, porque en Roncesvalles había muerto a Roldán el encantado, valiéndose de la industria de Hércules, cuando ahogó a Anteo, el hijo de la Tierra, entre los brazos. (Primera parte. Capítulo I)]
Y que con tantos sucesos, pendencias, justas de gente soez y fechorías se demuestra que es esta tierra de La Mancha un lugar tan acomodado a hallar aventuras, que en cada calle y tras cada esquina o camino se ofrecen más que en otro alguno. Y que por esa razón merecería contarse lo que aquí sucede por un grande autor de cultivado ingenio para guardar memoria de lugar tan singular como éste y pasara así a los anales históricos de los grandes libros. Vale.
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