Paseé por la calle Fermín Caballero de una de las capitales de España, Madrid. Calle vulgar por demás, a cuya orilla Moloch ha levantado mastodónticos edificios residenciales de doce plantas; parece una zapatería llena de cajas; no es una buena impresión: también los cementerios me parecen zapaterías llenas de cajas.
L0 que hay a lo largo de la calle habla a la legua de lo que importa a la gente que la habita: cinco bancos, cuatro farmacias, tres salones de belleza, una tienda de cristales y espejos, dos kioscos de periódicos, una gasolinera: la seguridad, la salud, las apariencias, las fugas. A las cinco de la noche brilla la luna y algunas farolas y huele a ciprés; van y vienen taxis y automóviles fríos y escucho cantar con simpatía a un pájaro que debe padecer tanto insomnio como yo.
L0 que hay a lo largo de la calle habla a la legua de lo que importa a la gente que la habita: cinco bancos, cuatro farmacias, tres salones de belleza, una tienda de cristales y espejos, dos kioscos de periódicos, una gasolinera: la seguridad, la salud, las apariencias, las fugas. A las cinco de la noche brilla la luna y algunas farolas y huele a ciprés; van y vienen taxis y automóviles fríos y escucho cantar con simpatía a un pájaro que debe padecer tanto insomnio como yo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario