lunes, 19 de febrero de 2007

De la publicidad y otros excrementos

No sé por qué se quejan tanto de la publicidad; todavía no han contratado a psíquicos para que introduzcan spots en nuestros sueños y ni siquiera hay anuncios en el papel higiénico ni en la ropa íntima (si les quitamos la etiqueta y la marca, claro está). Algunos slogans, de hecho, son toda una declaración de psicología femenina: "Que no se mueva, que no se note, que no traspase" o "Fina y segura", por caso. Incluso otros hacen pensar, como "libertad, igualdad, rentabilidad" o la "República Independiente" de Ikea; también hay algo de arte en ella, aunque sea mero excipiente, como en Tío Pepe, por más que, como dice José Luis Sampedro, no sea ya ese mismo Tío Pepe que conocimos en la Puerta del Sol y que nos hizo amanecer en un seto tras aquella épica noche de juerga; el toro de Soberano, con sus dos cojones y en bandera, o el calvo de la lotería soplando numeritos en el Tibet de la Plaza Mayor, cerca de Doña Manolita. ¿Quién no recuerda los limones salvajes del Caribe de los años setenta? Uno echa de menos, sin embargo, eslogans más realistas como "Beba agua de grifo: no hay nada más natural", "Vótese a sí mismo: nadie le engañará mejor", "Eau du sobac, parfum d'homme" o "Engorda, gasta y emporca hasta hacerte digno de la economia de mercado". En las revistas da gusto contemplar el amplio arsenal de abrelatas retóricos y psicológicos de que se sirven los gañanes de la imaginación; es muy entretenido contar los culos, las tetas, las corbatas y los símbolos fálicos más o menos disimulados; a mí, la verdad, la publicidad me amaricona un poco con tanta pijería de marca, me parece algo muy femenino y poco varonil. El espectro en que se mueven todas esas benditas idioteces va desde lo muy nuevo y tecnológico a lo muy tradicional, lo muy miel de la granja San Francisco, lo muy vuelve a casa por Navidad, lo muy cabrero preguntando si ha ganado Madrid otra copa de Europa. Otro polo que suele aparecer con frecuencia es lo natural, aunque sea más artificial que la cara de Sara Montiel, o incluso la de la vieja Bette Davis, a la que le creció una máscara en su lugar con el tiempo; o lo paleto, racial e ibérico, que siempre nos quita nuestro paquete. No hay nada como la vulgaridad para ganarse al público vulgar.

Al cabo, la publicidad termina siendo no una estética, sino una ética, si es que ética se puede llamar a un capitalismo que considera que todo son relaciones de consumo, incluso las relaciones humanas, que transforman a la gente en productos de usar y tirar y la visten con envoltorios vistosos. En el fondo, lo que mata a tantas mujeres maltratadas es una modelo de anuncio exhibiendo un cuerpo Danone y un estilo de vida que pocos pueden alcanzar, mientras siembra la anorexia y también pazguata a los mamones de la generosa teta televisora.

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