martes, 20 de marzo de 2007

Casa del olivo, de Carlos Castilla del Pino

Disfruté inconcebiblemente con la lectura de la primera parte de las memorias del psiquiatra Carlos Castilla del Pino, Pretérito imperfecto; esta segunda posee también no pocas de esas virtudes. Una sinceridad insobornable, un lenguaje elegante y cuidado, aunque sin afectaciones de estilo, y esa misma sensación de ver el revés de la historia de la España franquista de una forma no sesgada por los prejuicios y las prevenciones, como es habitual encontrarla escrita casi siempre por los interesados y por los que tienen mucho que perder en ello, sobre todo la vergüenza; un psiquiatra era el destinado a la empresa de descubrir en este libro tantos "demonios familiares" de la historia reciente, y para decir sin decirlo lo que nadie ha dicho hasta ahora: España fue el único país donde triunfó el fascismo y donde sigue gobernando, más en esencia que en apariencia, y si no en las formas, en la sustancia moral misma de la sociedad; cualquiera que lea este libro podrá reconocerlo, porque la España antecedente que desribe Castilla no es otra que esta, aunque más diluida. Ya más en lo literario, en este libro son apreciables las estampas que describe de los integrantes del grupo Cántico: Juan Bernier, Ricardo Molina, Julio Aumente, Pablo García Baena... También las pinturas de otros conocidos como el pretencioso Luis Martín Santos, el epatante Juan Benet, el entrevisto Caro Baroja, el cordial y honestísimo y tan amado José Luis Sampedro y tantos otros, cuales Dámaso Alonso, en busca de nuevas putas y de referencias a sus ediciones de Góngora. Afloran con crudeza las tensiones sociales, las miserias políticas del poder, la mediocridad de las clases dirigentes de entonces, extraídas de lo moralmente más rencoroso e hipócrita del país; el sufrimiento de las clases humildes, las injusticias de todo género y el teatrillo de la alta burguesía cordobesa. Se echa un poco de menos algo de la intimidad con sus hijos; se nota que Carlos Castilla del Pino no se siente realizado como padre y le duele tocar el tema, aunque asume su condición de hombre demasiado entregado a lo suyo y rebelde al sufrimiento: también es verdad que su familia padeció una mala suerte increíble y muchos de sus vástagos murieron. Por otra parte, el testimonio que ofrece Carlos Castilla del Pino ha de ser valorado por los historiadores y sociólogos en toda la importancia que merece, porque concede voz a muchos enfermos que padecieron desde lo más íntimo, la psique, las miserias afectivas, materiales y morales que una parte muy sustancial de España tuvo que asumir. La voz de Castilla del Pino deja hablar, desde su contacto diario con el sufrimiento en el Dispensario psiquiátrico de Córdoba, las voces que el resto de la clase media y alta han acallado: la mujer maltratada que termina asesinando a su marido; el aprovechado que sufre porque su padre le ha colocado en una posición que éticamente reprueba en realidad, etcétera. Desfilan los gilipollas, los figurones, los que son más un estilo que una idea, los vacuos/fatuos, los vencedores de la guerra en doloroso contraste con los vencidos que explotan y ningunean.

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