La paciencia es el último consuelo de quien no tiene otro. El tiempo todo lo traerá, al menos el fin de la espera y de todos los finales que van matándonos poco a poco los pedazos de la ilusión que Quevedo llamaba "presentes sucesiones de difunto", ese momento inadjetivable que sólo podemos imaginar. Paciencia para aguantar a los gilipollas (la palabra está en el Diccionario académico, aunque mal definida: no es tonto a secas, sino el tonto engreído). Paciencia para aguantar la retórica descerebrada de los políticos. Paciencia para aguantar a los niñatos y niñatas; paciencia para aguantar los bancos y las hipotecas; paciencia para aguantar el cacareo insustancial de las gallinas, el runrún denigrante de las cotorras, la insolencia a cuello alzado de los gansos, el ensañamiento con el indefenso de los buitres y los demás picoteos de los pajarracos de la granja avícola en que se constituye el corral educativo. Paciencia para sobrellevar malentendidos intencionados y no intencionados, maldades simples y complejas, paranoias y esquizofrenias propias y ajenas, las estupideces de los que mandan y de los que obedecen, o toda la letanía que formulaba Shakespeare: "La fortuna adversa, el mar del azar, la confusión del mundo, los reveses y las burlas del tiempo, el ceño del poderoso, el sufrimiento del amor despreciado, el agravio del opresor, la tardanza de la justicia, las injurias que sufre el mérito paciente", etc... Fray Luis de León lo dijo de otra manera: "amor, celo, odio, esperanzas, recelo"; quería conseguir la aurea mediocritas horaciana, que nada envidia ni es envidiada. La lista de cocos de Calderón en La vida es sueño se parece bastante a la de Shakespeare: los cuidados de la riqueza, la miseria de la pobreza; el medro, afán y pretensión; el agravio y la ofensa, el frenesí y la ilusión. En suma, ni más ni menos que la posesión o carencia de algo, la ambición y la humillación; el cosmos de Shakespeare es más amplio y rico, sin duda. Yo, que nunca he tenido paciencia, me la he tenido que inventar para poder sobrevivir entre todos estos demonios y demonias; bien está conocer sus nombres para poder identificarlos y huir de ellos, si no fuera porque la realidad es tozuda y nos los muestra muchas veces disfrazados, cambiados o con distintos nombres. Y aun podría prolongarse más la lista con nuestras limitaciones físicas, emocionales y mentales: el cansancio y la enfermedad, el desamor y las equivocaciones de la estupidez propia y ajena, la esclavitud del recuerdo, la inseguridad ante el futuro, el desorden, la fealdad, la dispersión, el fracaso.
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