jueves, 15 de marzo de 2007

Mis cosas

De las cosas decía Borges "Durarán más allá de nuestro olvido / no sabrán nunca que nos hemos ido". Pero a mí la verdad es que algunos objetos me desconciertan; se comportan como si tuviesen algún tipo de voluntad o discernimiento y no pocas veces me hacen mirar por el rabillo del ojo. Quizá poseen "ánima", alguna especie de alma rara e imperfecta, pero alma al fin y al cabo. Siempre lo he sospechado de mi impresora, por ejemplo; es bastante temperamental y se niega a menudo a realizar los trabajos que se le encomiendan, pero, curiosamente, depone su actitud si la trato con deferencia y enderezo el papel en la bandeja, ajusto los márgenes y medio en las difíciles relaciones que mantiene con mi sistema operativo. Entonces deja la huelga y empieza a trabajar otra vez, no sin un cierto refunfuñeo mecánico. Me diréis "es lógico; las cosas no estaban en la disposición para que funcionaran"; pero mi pregunta es: ¿y no lo estaban antes?.

Las radios son otra historia; a ellas no les va el normal trato afectivo, sino la patada en el intríngulis o el zarandeo sadomasoca. En cuanto a mis lámparas, a veces se ven invadidas por la pena y chisporrotean lagrimeando como transidas por algún rapto especialmente emotivo. Y los relojes, que siempre dicen lo mismo, de vez en cuando callan melancólicamente y detienen el mundo para siempre en un instante interminable. Y no digamos de los fregaderos, que, hartos de tragar siempre con todo, se vuelven de repente anoréxicos y borboteantes, y eruptan con auténtico desprecio la consideración que les merece un mundo tan sucio.

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