El mayor experto mundial en psicópatas, Robert Hare, ha venido a decir en Madrid algo que todos ya sabíamos: en el mundo existen muchos psicópatas, personas caracterizadas por su falta de empatía y por una imposibilidad, en parte genética, para procesar sentimientos. Pero lo que ha añadido resulta más inquietante: ese porcentaje crece exponencialmente entre los políticos y entre los que se dedican a los negocios; entre la gente que se dedica a manipular, en fin. Y sería muy sencillo detectar qué tipo de psicópatas son peligrosos con un sencillo test de entre quince y veinte preguntas que ningún político sería tan honrado como para querer pasar. Pero es que nuestra democracia es imperfecta y anda muy por detrás de la ciencia; debería aprender de ella, pero le tiene un fundado miedo derivado de lo que mucho tienen que perder algunos. Copio el artículo, publicado en ABC, que ya en sí mismo resulta revelador:
Robert Hare: «La sociedad no puede defenderse de los psicópatas, son ellos los
que hacen las reglas»
POR JOSÉ MANUEL NIEVES. MADRID.
Sonríe Robert Hare.
A menudo y como mirando hacia otra parte, con la sonrisa levemente amarga de
quien ha visto mucho, quizá demasiado, pero a pesar de ello no ha conseguido que
su mensaje termine de calar. Los psicópatas no son solo los fríos asesinos de
las películas. Están en todas partes, viven entre nosotros y tienen formas mucho
más sutiles de hacer daño que las meramente físicas. Los peores, dice, llevan
ropa de marca y ocupan suntuosos despachos, en la política y las finanzas. La
sociedad no les ve, o no quiere verles, y consiente.
-¿Por qué parece que en
ciertos países hay más psicópatas que en otros?
-No es cierto. Es un problema
universal, igual en todas partes, solo que en algunos países se tolera más. Por
ejemplo, en Sudán, matar se considera un comportamiento aceptable. Incluso en
Estados Unidos, comportamientos que hace 15 años no se aceptaban, ahora sí.
Comportamientos claramente psicopáticos y que aparecen continuamente en el cine
y la televisión. Violencia, maldad, premeditación, sangre fría, falta de
remordimientos...
-¿Es la falta de empatía el elemento clave de la
psicopatía?
-Sí. La empatía es una característica humana y se puede
representar en una curva. La mayoría estamos en el centro. Y ambos extremos son
malos. Tampoco es buena demasiada empatía. La naturaleza nos ha dado la
capacidad de conectar. Pero los psicópatas no tienen esa capacidad.
-¿Es
cierto que son más inteligentes que el resto?
-Si hablan de medicina, parece
que saben más que un médico, aunque el interlocutor sepa que no saben nada. Si
van detrás de un político y le hacen una foto, ya dicen que son amigos. Parecen
inteligentes, pero en realidad no son especialmente brillantes. Algunos sí,
claro. Y cuando son inteligentes son más peligrosos.
-¿Están mezclados con
nosotros, en el mundo real?
-Por supuesto. Y la mayoría de los psicópatas no
son asesinos. Están en la política o en los negocios. Y si cometen un asesinato
es, a lo mejor, porque te has puesto en su camino o porque sencillamente no les
has caído bien. Están en todas partes. Son personas que saben controlar a los
demás pero parecen muy buenos. Tienen carisma y son líderes. Carisma sin
conciencia.
-¿Qué proporción de psicópatas hay entre la población?
-Cerca
del 1%, según una estimación que hice hace diez años. Pero nuevos estudios
demuestran que depende mucho de cómo se mida y de los criterios que se
usen.
-Usted creó los test de psicopatía más utilizados...
-Sí. En dos
versiones. La primera (PCLR) consta de veinte criterios y la segunda (PCL) mide
doce. Es esta segunda herramienta, más sencilla, la que se más se utiliza. Los
resultados se colocan en un diagrama con dos ejes. Uno de puntuación, entre 0 y
24, y otro de población. La mayoría de las personas tienen puntuaciones muy
bajas, pero a partir de 18 puntos son psicópatas. Y, efectivamente, existe cerca
de un 1% de la población con más de 18 puntos.
-¿Se puede ser amigo de un
psicópata?
-Sí, pero no mucho. Hay personas a quienes les encantan los
psicópatas. Porque son divertidos. Te van a engañar y a chupar la esencia, pero
resultan atractivos, aún a costa de ese precio tan alto. Al final, cuando ya no
les sirves, te dejan. Los psicópatas son esponjas emocionales y absorben todo lo
que tengamos. Pero si exprimes una esponja, suelta todo lo que cogió. Ellos no.
Si los aprietas, sólo saldrá polvo.
-¿Cómo influye ese 1% de psicópatas en el
resto de la sociedad?
-Ese 1% puede tener impacto sobre millones de personas.
Fíjese, por ejemplo, en los grandes escándalos financieros, con pérdidas para
miles de personas. Detrás hay una mente psicópata. En los grandes negocios la
psicopatía no es una excepción. ¿Qué tipo de persona cree usted que es capaz de
robar a miles de inversores, de arruinarles aunque después se suiciden? Dirán
que lo sienten, pero nunca devolverán el dinero. Es incluso peor que lo que
hacen muchos asesinos.
-¿Y los políticos?
-La política y el póker son dos
ocupaciones cuyas reglas obligan a mentir y engañar. Si los políticos fueran
sinceros no serían elegidos. Muchos son mentirosos a secas. No tienen
forzosamente que ser psicópatas. Pero la política es un medio fantástico para
que se desarrollen, el mejor ambiente, el ideal. Igual que los negocios, que
cambian con mucha rapidez. Ahí los psicópatas se desenvuelven como pez en el
agua.
-¿Quiere decir que en círculos políticos y financieros hay más
psicópatas que entre la población normal?
-Por supuesto que sí. Docenas de
políticos de alto nivel deberían claramente estar en la cárcel. Son psicópatas,
pero no puedo decir nombres. Tengo impresiones, y muchas. Pero debería
aplicarles mi test. Me gustaría estudiar a algunos más a fondo. Y eso
complicaría mucho la vida de los políticos honrados.
-¿Cómo puede la sociedad
defenderse?
-Es prácticamente imposible para la sociedad defenderse de eso.
Porque son ellos los que, además, hacen las reglas, dictan los principios y
gastan millones para explicar al mundo que lo que hacen es fantástico. No sé lo
que podríamos hacer. Para esto las elecciones no sirven. La gran mayoría de las
personas no funcionarían bien en estos puestos. Lo dejarían, no servirían. No
quiero decir que todo el mundo en esas posiciones sea psicópata, pero sí digo
que el porcentaje entre ellos es muy superior al 1% general. Y que con diez
ejecutivos, o políticos psicópatas entre mil, ya sería suficiente. Un pequeño
ejército de soldados puede ocupar un país entero.
-¿Qué hacer
entonces?
-Lo mejor y lo único que se puede hacer es intentar comprender. Y
la sociedad no lo entiende porque la psicopatía es diferente. No hay patrones,
como pasa, por ejemplo, con la esquizofrenia. Pasan años antes de identificar a
un psicópata.
-¿Se puede curar?
-No. No tenemos procedimiento alguno para
curar porque no hay nada que curar. Es un comportamiento con anomalías
neurológicas. Pero no hay pacientes que pidan ayuda, que sufran. El problema lo
tienen los demás. Ellos están perfectos, y se sienten perfectos. Nunca podrán
sentir empatía, ponerse en el lugar de otra persona, tener sentimientos hacia
alguien. Ni siquiera por los seres más próximos, padres, hermanos, pareja,
hijos... Los psicópatas no tienen emociones, y no es posible enseñárselas.
A mi juicio los requisitos psicológicos, sociales y de formación que se piden a los políticos deberían estar controlados por los científicos; de esta forma nos ahorraríamos la aparición de los monstruos que periódicamente contaminan el sentido decente que tiene la expresión ser humano. Y en la misma educación infantil debería detectarse ya a estos individuos:
Un psicópata ¿nace o se hace? -Es una combinación de genética y entorno.
Como la esquizofrenia, tiene componentes genéticos que se pueden encontrar en
miembros de la misma familia. Nacemos, pues, con un cierto potencial. Luego ese
potencial se desarrollará o no. El caldo de cultivo consiste en experimentar
miedo, ansiedad, ser demasiado impulsivo. Y en no conectar emocionalmente con
los demás.
-¿Hay psicópatas infantiles?
-Sí. Son niños muy diferentes de
los otros. Son muy impulsivos. Les gustan los demás niños y en principio no les
harán daño, pero cuando lo hacen no se sienten mal por ello. Les gusta el miedo,
lo que es una dificultad para los padres. No responden a las muestras de cariño
habituales. Y tampoco les afectan los castigos.
-¿Cómo lo detecta un
padre?
-Hay señales de alarma. Son niños difíciles de controlar. Niños que no
escuchan. No atienden instruccciones, miran a los ojos y niegan todo, aunque les
hayan pillado. Los padres están completamente desarmados, y tampoco los
psicólogos saben muy bien qué hacer al respecto.
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