domingo, 2 de septiembre de 2007

Ser hombre de letras: ¿oficio o suplicio?

Heme aquí, empapelado escribiendo un libro más, sobre las figuras del periodismo manchego hasta 1900, para el premio de Oretania. Harto de investigar, acabando flecos de otros artículos y ocupado en escribir cuentos para ganar algún dinerillo en otros concursos literarios. Ya no escribo si no es por dinero. El dinero es lo único que me motiva ahora; si lo tuviera me motivarían otras cosas. Antes me motivaba solamente el afán de conocer; ahora me motiva sólo el afán de no dejar deudas a mis hijas.
La gente acude a mí para que les componga coplas religiosas, para que les corrija el estilo y la ortografía de los textos, para que componga discursos políticos, para que les corrija los análisis sintácticos de sus hijos, para que les dé clases particulares... sin cobrar. Para ello no me abordan directamente, claro está, recurren a mi mujer, porque saben que no sabe decir que no, y que yo no sé decir que no solamente a ella. ¡Dios mío, si para escribir como escribo he necesitado toda mi vida! ¡Y piensan que no me cuesta nada! ¡Que no debe cobrarse por el servicio! Sí, supongo que me lo pagan en gratitud, que es cosa que no se puede guardar en el banco. Cuánta gratitud y cuán poco se paga, con otra cosa, la cultura.

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