Al salir de casa me he encontrado con un mendigo que me pedía, con un entierro en la iglesia de San Pedro, con un viejo y con varios enfermos e impedidos. Me tenté la ropa, por si esta mañana me había levantado Siddharta Gautama, el Buda o Despierto, o algo parecido, pero no, pues aunque me levante yo a mi hora de las ocho o un poco antes, en realidad me despierto bastante más tarde y sólo llego a mi orto bastante después que lo haya alcanzado el sol.
Luego me encuentro con una antigua alumna de Almagro, a la que recuerdo como una que tuve que suspender; muy cordial, muy buena persona, muy amable; no creo en casualidades, así que sin duda Dios ha querido decirme que sea benigno con las notas, disposición que siempre he querido y quiero tener. Luego me encuentro con la tía de Ana y con una profesora; yo, como siempre, batallando con mi patológica timidez.
La gente anda rara; se ve que aún no han cambiado el chip de las vacaciones; pronto veremos la mutación progresiva de todas estas caras felices y descansadas por las habituales jetas ojerosas y gachas, el ceño fruncido y corva la espalda, cuando vengan los pequeños chamaquitos a atosigar con sus apremios habituales, inofensivos individualmente, pero colectivamente ponzoñosos.
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