martes, 2 de septiembre de 2008
Garzón
Garzón quiere hacer un censo de víctimas del franquismo, como los victoriosos hicieron un buen censo de víctimas del demonio rojo para granjearse puestos y favores y dineros y cátedras universitarias y revanchas y venganzas. A buenas horas mangas verdes; tenía sentido cuando tenía sentido; ahora no sé para qué, pero al menos tiene el de dejar escrito en la historia los nombres de treinta mil muertos misteriosos de los que nadie sabe nada y de los que, peor todavía, nadie quiere saber o muy pocos, unos porque les duele, otros porque no quieren ser hijos o nietos de asesinos o soplones de cualquier bando, otros porque no les conviene, otros porque les es más cómodo, otros, sencillamene, por hipocresía moral. en Yugoslavia abrieron las fosas comunes un año después de la Guerra civil; aquí, setenta después, siguen cerradas. Y huele mal.
Recuerdo el colofón de Félix Urabayen a su Don Amor volvió a Toledo:
Se terminó esta obra el mismo día en que estalló en España la intentona fascista. El autor no ha querido tocar ni una línea del original, aun sabiendo que lo que fueron audacias ayer serán ingenuidades mañana
Recuerdo a Joaquín de Entrambasaguas ordenando la destrucción completa de la edición de El hombre acecha, aún en rama y sin encuadernar, de Miguel Hernández, en la comisión depuradora franquista que presidía, y cómo se libraron milagrosamente dos ejemplares. Recuerdo a Carlos Castilla del Pino y su libro de memorias Pretérito imperfecto. Recuerdo las cosas que me contó mi padre. Recuerdo tantas cosas... Cuánta gente hay que quiere matar la memoria y, con ella, a la pobre gente que solamente le queda ese sitio en que habitar, porque le han quitado todo lo demás.
No, nunca.
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