El Eclesiastés esbozaba el consuelo del pueblo, de la compañía, de la unión con los demás:
Mejores son dos que uno; porque tienen mejor paga de su trabajo. Porque si cayeren, el uno levantará a su compañero; pero ¡ay del solo! que cuando cayere, no habrá segundo que lo levante. También si dos durmieren juntos, se calentarán mutuamente; mas ¿cómo se calentará uno solo? Y si alguno prevaleciere contra uno, dos le resistirán; y cordón de tres dobleces no se rompe pronto.
Esto último me recuerda a la fábula que cuenta como Temujín, más conocido como Gengis Jan (el nombre del personaje es lo de menos y difiere según las versiones de la historia) unió a las tribus mongolas: pidió al líder de cada una flecha, y luego se la devolvió indicando que la rompieran, lo que hicieron con facilidad; luego volvió a pedir una a cada tribu y las unió en un haz, y les dijo a cada uno que intentaran romperlo, y no pudieron. De ese modo les convenció de que era lo mejor para ellos estar unidos que enfrentados. Este ejemplo reaparece en un conmovedor filme de David Lynch, Straight Story , que aquí titularon Una historia verdadera (1999), aplicado a la familia. También Beethoven encontró consuelo en este tipo de argumentos en su Testamento de Heiligenstadt, que tanto gustaba recordar al poeta Carlos Álvarez, a quien tuve el gusto de conocer; él, poeta social y cinéfilo, encarcelado largos años por repartir octavillas, citaba las obras, no los autores, y se pasaba el tiempo silbando; adquirió una gran cultura en la cárcel, leyendo y dialogando con los presos políticos; la cárcel era una gran universidad donde se aprendía paciencia, que es la más difícil de las materias. Pero Leopardi, gran lector de este libro bíblico del Eclesiastés, iba más lejos en sus objeciones al mismo, como se ve en su Palinodia a Gino Caponi y sus Zibaldone: que no podía existir una masse feliz compuesta de individuos infelices y que por eso cualquier sistema político era ineficaz e inútil. En realidad, la única objeción que puede ponerse al argumento de Leopardi es la muy antigua de Pascal: la apuesta por todo: si apuestas por ganar, ganas todo o pierdes todo; si apuestas por perder, pierdes de todas las maneras posibles. Por eso hay que apostar siempre por la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario