viernes, 31 de octubre de 2008

Los muertos

Hoy he ido a ver a los muertos. No exactamente como Eneas, con la rama dorada de la Sibila de Cumas, sino con mi mujer y unas cuantas flores de plástico. Llovía, como suele llover en esta época y en los cementerios, de forma indecisa y a ratos copiosa, también desde los árboles; circulaba poca gente; algunas ancianas de luto se erguían sollozantes ante la tumba de sus seres queridos; sí había, en vez del perro Cerbero, gatos furtivos como dioses menores, brincando súbitos desde cualquier hueco o rincón, largos y hermosísimos y con todo el cenizo arcoiris de la discreción; los cuidan, imagino, los hamletianos enterradores de este allá. Es como una zapatería, todo está lleno de cajas. Sobre ellas, ángeles en camisón neoclásico, amoretti infantiles sosteniendo desmayadamente antorchas como si fuesen helados, Cristos de abrazo indolente y clavado sin fuerza, Piedades de Miguel Ángel, efigies ovales, túmulos de cacique, nichos malolientes y contenedores atestados. Cómo es lógico en un país como éste, no veo columbarios ni tumbas de judíos, protestantes, musulmanes, masones, ortodoxos (rusos o griegos), anglicanos, unitarios, adventistas, mormones, pentecostales, testigos de Jehová o ateos, que los hay ¿dónde narices estarán?

Caminábamos contritos entre los altos cipreses, que chorreaban el fruto de las lágrimas, intentando orientarnos en el laberinto y discurriendo por las callejas con la zozobra de poder hundirnos en una tumba resquebrajada.


-Vaya, la primera vez que leo una lápida y resulta que tiene mis apellidos

Dice la supersticiosa de mi mujer. El ciprés toma nombre del amante de Apolo Cipariso; cuando murió lo transformó en el árbol de las lágrimas; su madera es la que menos se pudre, buena para fabricar instrumentos musicales. Las piedras son espaldas para llevar el tiempo, que aparece borroso, como las letras desperdigadas o perdidas de los nombres de los muertos donde habita el olvido. Las lápidas han perdido los nombres para volver a ser piedras. El agua, los líquenes, el tiempo, el óxido. Y la poesía, en las palabras y en algunas esculturas. Leo cerca de la tumba del padre de Ana: "Si sueñas con la verdad, no despiertes nunca". Más allá, la tumba más hermosa del cementerio: el lecho mortuorio de la bella durmiente, con su rico dosel y su belleza intemporal, que todavía el tiempo sigue respetando pero que ya exigiría una restauración. Es una auténtica obra de arte.

La muerta más antigua enterrada en esta tierra nació en 1797. En un rincón están todas esas primeras lápidas, algunas con cierto arte de antaño. Mi mujer me cuenta la hermosa historia del santo anónimo que duerme en uno de estos nichos y que relataré después, si tengo tiempo, o mañana. Nuestros muertos están cerca del rectángulo infantil, una guardería siniestra donde no crece la hierba y donde las tumbitas de los niños dan grima. Primero buscamos a su padre; luego a mi madre; atisbo entre las tumbas a un antiguo profesor de lengua compañero en el Hernán Pérez del Pulgar; es Luis Marcos Armesto: está como siempre. Se ve que nuestras familias reposan en lugares aledaños. Le saludo y me voy discretamente, por timidez. La tumba de mis padres y su rosal cortado me aflige.

Ponemos luego flores en una tumba donde está enterrada junto a nuestros familiares una mujer trabajadora y muy pobre que no tenía para costearse la tumba y que nos ayudó cuando la necesitamos con aquello que toda persona puede dar y siempre resulta útil; la recordamos con mucho cariño y cada año le traemos sus flores.

Es un lugar tranquilo, con casetas de autopsias y de registro. A lo lejos hay una zanja para enterrar restos, la huesa u osario, de donde asoman cráneos, fémures y omóplatos restos de tórax fracturados. Se puede salir del cementerio de muchas formas; Eneas salió por la puerta de donde escapan los sueños falsos; uno sabe que tendrá que volver a entrar aunque sea sólo una vez más, pero lo que no sabe es qué habrá de verdadero en ello.

Tomamos nuestra particular barca de Caronte, un Renault que gasta mucha gasolina, para volver a casa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario