Como uno ya no siente gratificación por nada, sino sólo porque los que le rodean no sufran y apenas por no tener que asistir a las largas y pretenciosas ceremonias de la estupidez, algunas veces, sin embargo, se ve tan ansioso e impedido lanzando palabras al viento como el protagonista de Johnny cogió su fusil, la famosa novela de Dalton Trumbo, que leí hace ya tiempo en una de las deleznables ediciones Bruguera. Eran de papel malo, y la tinta se corría con sólo frotar algo con el pulgar. Ni siquiera eran homogéneas; si no eran un poco mejores, eran un poco peores o incluso en buen papel. Lo que tenían de bueno para los pobres muchachos como yo era el precio. Supongo que debía ser un friki, a esa edad y leyendo cosas tan raras. Ya por entonces leía periódicos a punta pala y de cabo a rabo para aislarme de mi familia. Por lo visto hicieron una película sobre la novela; me resulta increíble: la acción es tan nula en lo sustancial de la obra, tan interior, que debía ser un auténtico veneno para la taquilla, a pesar de lo cruel del tema. Tal vez por eso he leído luego con tan grandísimo interés las cuidadosas reflexiones de Javier Sampedro, nuestro famoso parapléjico suicida. Sus palabras tienen un valor muy superior al literario, tienen valor humano; y eso importa más que su evidente gran inteligencia y cultura.
Pero digo que me siento como Johnny aunque quisiera sentirme como el protagonista de 1280 almas de Jim Thompson, como Nick Corey. Son las diferencias entre lo que uno es y lo que uno desea ser. A veces lo que pienso es casi lo mismo que lo que el sheriff sureño. Supongo que no debo ser muy recomendable cuando me encuentro en ese estado de espíritu.
La soledad puede ser un catafalco, pero también un traje. No desde luego un traje elegante; yo lo compararía a un traje de buzo de principios del siglo XX, con su pesada escafandra de descenso a las profundidades, que sólo te permite ver por determinadas ventanillas de grueso cristal. No es una armadura de defensa medieval, sencillamente es un aislamiento que te convierte en un torpe patán en un mundo donde los demás se mueven grácil y esbeltamente como peces en el agua. Tú vienes de otra parte, encajas en un mundo más aéreo y menos denso, el mundo de las palabras de aire, de las burbujas, de las ideas, de las abstracciones. Pero en el mundo de lo concreto andas perdido y sólo tienes atisbos de lo que son las cosas en la realidad oceánica. Y no puedes prescindir de tu traje, porque entonces renunciarías a lo que eres, te ahogarías, morirías; acaso nacieras otra vez como pez, pero ya no serías tú.
Johnny perdió no sólo su fusil, sino las piernas, los brazos, la audición, la vista y el habla. Era sólo un tronco que no podía comunicarse en una cama de hospital, y sólo el tacto le revelaba que algo existía. Una cabeza pensante en la oscuridad. Ni siquiera Helen Keller se enfrentó con algo parecido, porque Helen nació así y podía moverse y no perdió nada, y lo tenía todo por ganar.
La sensación de inutilidad, de fracaso, de soledad absoluta, de muerte en vida, de inercia, de Bartleby, tal como la expresaron tan bien Melville y Vila Matas, es terrible. Uno se siente como esos medios seres de Ramón Gómez de la Serna, incompleto, falto de simetría, de otra mitad. De vida, en suma. Incapaz de reaccionar, ni siquera para huir. La bondad, el apego de los demás hacia uno es como un ancla que mata y ahoga, pero también lo único que mantiene flotando y sin hundirte. Pero la falta de comunicación te va transformando en una cosa, en un cadáver. Desde dentro de un capullo de palabras sin destinatario, el escritor se siente metamorfoseado no en una mariposa, sino en un gusano.
Hay cosas de la rutina que resultan especialmente asesinas. Las cosas poco importantes, porque su reiteración les hace alcanzar una presencia tan grande a pesar de su completa inimportancia que las que realmente te importan desaparecen y quedan anuladas y como grotescas y ridículas. Esas son las cosas que más me me resultan insufribles. Saber que el tiempo pasa aunque el día que gastas es igual que el anterior: sentirte como el estresado Aquiles tras la tortuga, corriendo para no llegar a ninguna parte. Gastar un esfuerzo demasiado generoso en algo que no tiene ningún sentido, y si lo tiene, será para alguien que no ha nacido todavía.
Sí supongo que la vida es sueño, como quería Calderón, y no magia, como quería Don Quijote. El insomnio provoca que la razón se pueble de monstruos y la noche se llene de geometrías euclidianas.
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