He vuelto a ver en Ono El club de los cinco (título original The Breakfast Club) de John Hughes (1984) una excelente película de adolescentes que trata también de cerca el problema de la educación secundaria. Hay interpretaciones de altura de Emilio Estévez (el atleta); Judd Nelson (el criminal); Anthony Michael Hall (el cerebrito), Molly Ringwald (la pelirroja pija reina del baile; Ally Sheedy (la rara); Paul Gleason (el profe) y John Kapelos (el bedel); de elos sólo me suena Emilio Estévez y algo Anthony Michael Hall, aunque todos están sobresalientes. Es una película de culto de los años ochenta, en plena movida, mezcla de drama y comedia con claras pretensiones sociales. Hay cinco chicos castigados a estar un sábado encerrados en la biblioteca del Instituto por un duro profesor para que realicen un ensayo en que reflexionen sobre sus aspiraciones en la vida. Pero, aislados de los grupos que les sirven para enmascararse, necesitan asimilar a los demás y los cinco alumnos, muy diferentes en un principio entre sí, representativos de las típicas películas americanas adolescentes (un deportista o musculitos; el empollón, nerd, brainiac o cerebrito; la pija o princesa; el macarra o criminal marginado y la rara, inconformista, gótica o friki) terminan, en el curso dialéctico de un diálogo dramático muy bien llevado, por derribar sus murallas y darse cuenta de lo que tienen en común: son una juventud desencantada, cargada de problemas y necesitada de atención, unos adolescentes que, al fin y al cabo comparten las mismas inquietudes, carencias afectivas y desilusiones ante una misma sociedad adulta que los desatiende y los culpabiliza de sus propios errores, fallos todos que no son más que el reflejo de sus miserias y la causa de la injusta exigencia de hacer de ellos lo que los padres nunca fueron. Hay unidad de tiempo, lugar y acción que da a la obra buena parte de su intensidad; la caracterización es buena y el casting está bien realizado, por lo que la película sale redonda, fuera de que el guion no es superficial aunque resulte estereotipado en ciertos aspectos: los personajes evolucionan de tal manera que nada es lo que parece y descubren lo que tienen en común: son un grupo perfecto en donde sus comportamientos están marcados por sus respectivas familias y por la sociedad en la que viven: terminan conociéndose de verdad y estableciendo relaciones sólidas y menos superficiales que las que antes mantenían. Los agradables momentos de humor de naturaleza irónica y postmoderna, y, lo mejor de todo, el tono realista son lo mejor de la película. Tras la apariencia de cine juvenil se esconde una gran película; con un gran ritmo, un gran guión y un elaborado tratamiento de los personajes; aquí no goza de la fama que posee en Estados Unidos. El director es un experto en el tratamiento de esos temas: Dieciséis velas, La chica de rosa, la legendaria Todo en un día... Los actores poseen una paleta muy rica para revelar la revuelta adolescencia: desvalidos, alocados, depresivos, eufóricos, airados, sinceros, mentirosos, ingenuos, juguetones, hipersensibles y, sobre todo, desorientados. Y temas tan universales como la familia, la aceptación, la amistad, el suicidio o el sexo, tratados con rigor, así como la pintura de las actitudes machistas, chulescas, clasistas y, sobre todo, hipócritas de la sociedad estadounidense y de la sociedad en general. La banda sonora incluye un tema que se convirtió en el verdadero himno generacional de aquella juventud de los 80: Don´t you forget about me de Simply Minds. La películta tiene eso que tanto echo yo de menos a veces: tiempos muertos en los que el visionador puede llenar con su propio espíritu la tensión dramática, y en que se percibe el paso del tiempo en su valor absoluto, en su presencia apabullante: en un cine como el norteamericano donde la elipsis y la economía es esencial, eso demuestra genio y voluntad de estilo.
En fin, esta película es un clásico cuya visión recomiendo a todos y especialmente a profesores y alumnos. Se puede aplicar a ella lo de la filosofía japonesa: somos espejos que reflejamos lo que quieren ver los demás.
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