Hoy me he levantado a las cinco de la mañana a corregir exámenes. Para sentirme menos sólo puse la tele, en la que daban 2010 Odisea II. Y mientras la nave se aproximaba a Júpiter, y lentamente, porque es tarea que no me gusta, que me "repatea", como suelo decir vulgarmente, me he puesto a herir con rojo a diestro y siniestro y a llevar la contabilidad del saber y la ignorancia. Ajo y agua: "a joderse y a aguantar". Teína y cafeína, mis únicos acompañantes, ya demasiado vistos para mis arrasadas neuronas, en un salón más helado que la estepa siberiana, mientras oigo la voz gentil del resucitado "HAL, de la serie 9000". Algunos me ponen Geocentrismo en vez de Teocentrismo medieval... Se ve que les ha calado la filosofía en vez de la literatura: mentes a las que les cuesta cambiar el chip de un examen a otro. Las consabidas faltas de ortografía, cada vez más, porque cada vez se lee menos. Mengua la capacidad de abstracción y la gente se vuelve hiperconcreta; empobrecen el lenguaje. He diseñado una clase de trabajo de lectura que se centra en el trabajo con la materia escrita, no es un simple resumen como se suele pedir al alumno: éste debe interactuar con el texto y asimilarlo de forma constructiva en sus contenidos formales e ideológicos. Este trabajo me ha rendido grandes resultados en cuanto a la asimilación de los clásicos, pero no he descuidado la formación de cultura desde el yo personal: pueden leerse cualquier otro libro y escribirme un ensayo sobre él, lo que también les cuenta. Y Júpìter está a punto de transformarse en un sol.
Lo que me petrifica y empedernece de corregir pruebas es la erosión continua del error; el error de cada alumno es una cruz para mí y me hace sentir culpable al igual que Cristo, asumiendo los errores y los pecados de sus fieles con su dolorosa y sangrienta muerte. Al acabar cada examen parezco un San Benito de Nursia tras revolcarse desnudo en los espinos o un ecce homo traspasado por todo linaje de heridas. ¿Tan mal me doy a entender? ¿Tan difícil imparto materia? ¿Es que no me he derramado lo suficiente? ¡Si lo dije cuarenta veces! Da igual: por más que lo digas ochenta, otra vez los mismos errores, las mismas meteduras de pata, vuelta y dale de torpeza y de fallo sin remisión. El eterno retorno. Y volver a decir la misma misa cada día, como el clérigo de Berceo. Y volver a confesar los mismos pecados, que el profesor, que no es un cura, no puede perdonar.
Y el pobre HAL sacrificándose por una humanidad tan desconsiderada y canallesca y preguntando: "¿Soñaré?". Pero él tiene suerte: a nosotros nos sigue saliendo el mismo sol todos los días.
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