Hay una hermosa fotografía de Sylvia Plath con su bebé, el que sería oceanógrafo y naturalista marino Nicholas Hughes, que se acaba de quitar la vida como su madre, tras batallar contra la depresión al parecer inútilmente. Su hermana Frieda también tiene problemas parecidos y, además, esclerosis múltiple, que no es poco. La familia Hughes da para una tragedia griega, como la de Suárez. Nicholas se colgó en Alaska rodeado de libros y de vasijas de arcilla, no se casó ni tuvo hijos. Pero cuando se ve la foto de su madre alegre con su hijo de grandes y asombrados ojos, uno recuerda al poeta Edmund Spenser y su famoso poema Por quién doblan las campanas. He leído La campana de cristal , la novela de Sylvia en que describía la historia de una jovencita que muy bien podía ser ella, con esa enorme hemorragia final, que fue lo que más me impresionó, y algunos de los poemas que escribió, muy buenos; también de su marido ya fallecido, que me gustan bastante menos; he visto la película Sylvia que narra su vida y he ojeado con curiosidad algunos reportajes sobre su vida. Recuerdo que la madre, antes de meter la cabeza en el horno de gas, tuvo el cuidado de dejarles preparado el desayuno a sus pequeños y cerró con esparadrapo los quicios de la puerta de su habitación para evitar que nada les pasara. Ted Hughes quemó algunos de los diarios de Sylvia, sus motivos tendría y creo que hizo bien, porque algunas cosas es mejor que nunca salgan a la luz, sobre todo si hay niños en el ajo; pero ya se ha visto que el mal se lleva dentro y es incurable.
Supongo que Ted debía tener aquello que Francis Scott Fitzgerald formula en el comienzo de su El gran Gatsby, la capacidad de no juzgar, de no valorar a las personas, de suspender el juicio cuando se conoce o trata a alguien, capacidad que, por algún motivo, es inmediatamente captada por la psicología anormal. Es así que las suicidas se le terminaban acercando e incluso casándose con él, como Sylvia Plath y Asia Weill, y otras que lo habían intentado, como por ejemplo lady Diana Spencer. Es una cualidad que suele atraer a las más extraordinarias naturalezas, como dice Scott, pero también "a no pocos latosos sempiternos".
No hay comentarios:
Publicar un comentario