Aseninos en serie, una asignatura pendiente.
Patricia Gosálvez, Madrid - El País, 17/08/2009
A pesar del tema, Depredadores humanos, la clase es muy entretenida. La apasionada profesora, Beatriz de Vicente, abogada y criminóloga, va directa a lo que ella llama la tralla: "Sólo el 5% de los asesinos en serie son psicóticos; la mayoría son hijopatas", dice refiriéndose a los psicópatas, aquellos que, sin sufrir una enfermedad mental, no sienten ningún tipo de empatía por el prójimo. Los alumnos, entre los que hay jueces, abogados y psicólogos, se tronchan con el juego de palabras.
La clase de Criminología se desarrolla en el tranquilo campus a la americana de la universidad privada Camilo José Cela, en Villanueva de la Cañada. Fuera, el sol baña las praderas de césped perfecto salpicadas de pinos, sauces y castaños; dentro del aula se catalogan especies de peor calaña. Según su motivación el depredador humano puede ser misionero, vengativo, hedonista, sexual... "No es un numerus clausus", explica De Vicente, "luego llega un figura que suma varias motivaciones o tiene otras...". El término "asesino en serie" fue acuñado en 1986 por el agente del FBI Robert Ressler, a quien los crímenes de estos reincidentes le recordaban a las series de televisión que veía de pequeño. "Aquél que mata a tres o más personas en lugares diferentes y durante un extenso período de tiempo con periodos de calma entre sus crímenes", apuntan en sus alumnos.
"En Madrid hay un caso reciente, el asesino de la baraja", explica Luis Borrás, psiquiatra forense y criminólogo autor de Asesinos en serie españoles. "Es el clásico psicópata narcisista que mata para demostrar que puede", dice refiriéndose a Alfredo Galán, el ex soldado que en 2003 mató a seis personas (e intentó matar a otras tres) dejando junto a algunas de ellas una carta marcada (el condenado a 142 años se entregó a la policía). Ambos expertos coinciden en que otro caso de libro es el asesino del rol, aunque no cumpla la premisa de los tres crímenes. Javier Rosado mató a un hombre (junto a un cómplice inducido) en 1994 siguiendo las reglas de un macabro juego inventado por él mismo. "Fue detenido a tiempo", dice Borrás. "Pero es muy posible que vuelva a matar", remata De Vicente sobre el asesino, que estudió tres carreras en la cárcel y ya disfruta del tercer grado.
El cine y las novelas están llenos de serial killers. "Nos fascinan porque son la máxima expresión de la violencia y porque sabemos poco de ellos". Los asesinos en serie tienen sus pautas (suelen ser organizados, llevar una doble vida, ocultar sus crímenes, recrear sus fantasías) y sus propias estadísticas: el 90% son hombres, el 86% se dice heterosexual, de media tienen 27 años al cometer su primer crimen y 31,5 al asesinar por última vez. En Estados Unidos vive el 76 % del total y en España se estima que deben estar actuando entre uno y tres de ellos. Sin embargo, la mente incurable de los depredadores sigue siendo un misterio. El psicópata nace y se hace. Hay factores biológicos (como lesiones en el cerebro, el cromosoma XYY o un bajo nivel de catecolaminas que les hace buscar emociones extremas), pero también sociales. Incluso políticos. "Tras el telón de acero este tipo de crímenes se ocultaban porque se consideraban capitalistas", explica Borrás, "luego se descubrió que también había asesinos en serie en países comunistas, pero es verdad que las sociedades competitivas agravan este tipo de trastorno".
El dato más inquietante es, sin duda, que el 3 % de los españoles sufre un trastorno antisocial de la personalidad. "Pero hay psicopatillas y psicopatones", explica didáctico, Borrás. "Estamos rodeados", subraya De Vicente, "el padre cacique, el amigo tirano, el jefe manipulador, la pareja chantajista... todos estos vampiros son psicópatas pero no delinquen".
Quizás por ello, para separar a los malos de película de los malos a secas, los medios siempre destacan lo más peliculero de estos casos, aunque sea, la mayoría de las veces, lo más superficial. Por ejemplo, la primera carta encontrada junto a una víctima de Galán simplemente estaba allí, y el asesino empezó a firmar colocando cartas en sus siguientes víctimas cuando se enteró de la casualidad a través de los medios. En el caso del rol, se sucedieron los reportajes sobre los efectos perniciosos del juego de mesa. "Tonterías, podría haber jugado al parchís y seguir siendo un psicópata", afirma De Vicente. Para ella, la verdadera tragedia de estos casos es que en España no existe ningún tipo de control pospenitenciario: "Deberían implantarse medidas como pulseras telemáticas o tutores de libertad vigilada, un psicópata siempre volverá a matar, no hay tratamiento ni reinserción posible, ¿cómo se puede rehabilitar el alma?".
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