Como la que hace El País en un títular: ¿Qué hacer con la prostitución? Pues, por ejemplo, no rechazar publicar, o, por decirlo directamente con la palabra requerida, censurar en los comentarios a esa noticia los que sean como el que yo hice: "O legalizarla o perseguirla, pero no desde luego publicar anuncios de prostitución en los periódicos y luego redactar artículos escandalizados sobre la misma, que es lo mismo que no hacer nada".
Pero la pregunta incluye una petición de principio, el hecho de que haya que hacer algo con la prostitución, porque esa necesidad tiene que ver con un punto de vista moral que, por ejemplo, no existía en otras culturas, es verdad que menos avanzadas que la nuestra y pertencientes al pasado. ¿Es la prostitución una más entre las relaciones puramente humanas? ¿Es una relación económica o social o las dos cosas? ¿Hay afecto o desprecio humano en las relaciones prostibularias? ¿Son las relaciones prostibularias necesarias porque compensan otras carencias sociales, o bien son prescindibles? ¿Saisfacen y hacen felices estas relaciones a las prostitutas, a los clientes y a las familias de los clientes? ¿Hay consecuencias higiénicas y sanitarias positivas o negativas? ¿Es lo contrario a la prostitución algo abiertamente deseable? Freud decía que lo único anormal del sexo es no hacerlo. Y en estos pagos han escrito sobre esa casuística el padre José Luis Martín Descalzo, nuestro José Luis Margotón, Juan Bonilla y el francés Michel Houellebecq.
Se ve que el juicio mío del primer párrafo es sólo una visión simplista del problema, aunque ataca uno de sus aspectos fundamentales: la hipocresía. Porque la hipocresía genera el problema y al mismo tiempo impide su solución. Y la hipocresía es la raíz misma de la sociedad civilizada. La prostitución es una cuestión compleja y que, por serlo, no tiene solución, y si la tuviera, serían más bien varias soluciones convergentes que una sola. Si el problema se hubiera explicado, no existiría, porque hubiera terminado siendo asumido o rechazado enteramente, pero como es un problema complejo la sociedad no puede contemplarlo sino siempre desde un aspecto o perspectiva parcial, y por tanto se ve impotente para solucionar toda su complejidad, que atañe no sólo a lo íntimo del ser humano, sino también a otros factores subjetivos y objetivos con los que se superpone y confunde. Y, una vez solucionada esa casuística, lo que quizás hayamos hecho sea sólo bautizarla con otro nombre o clasificarla en otra categoría.
En esto, como en todo, es necesaria la inteligencia, el sentido común y la cooperación, cosas todas difíciles de reunir y de ejercer. Quizá todo cambiase si lo que se persiguiera y estuviera mal visto fuera el matrimonio convencional, o por usar del sintagma exacto, el matrimonio hipócrita y cerrado, principal de las causas de divorcio; ya sólo creen en el matrimonio convencional los gays y las lesbianas, y es por puro Romanticismo, no por el sexo, que de eso tienen ya demasiado; los poco libertinos de los matrimoniados convencionales podríamos aprender descaro y sinceridad de esos descocados gays y lesbianas; si se prohibiera el matrimonio, la prostitución pasaría a ser algo menos escandaloso, y lo sería aún menos si se tuviera una actitud franca ante el sexo y no se escondiera como si fuera algo sucio, pecaminoso y degenerado; es esa ocultación, además, la que hace a todo eso sucio, pecaminoso y degenerado; todavía más se reduciría la prostitución si se atacase su causa profunda, que es la miseria afectiva, económica, social, moral y cultural que hace a muchas chicas y chicos entregarse a esta forma de obtener dinero sin otra cualificación que lo mínimo que puede tener uno, un cuerpo, a veces incluso un buen cuerpo, o ese teatrillo que monta la necesidad de humillar y ser humillado por relaciones de poder que la sociedad, que se funda en ellas, sin embargo enmascara con todo tipo de filfas, vestuarios y jerarquías hipócritas porque no ha llegado realmente a creer en la igualdad moral de los seres humanos y en su necesidad de fantasía y de juego; se valora el cuerpo y todo lo que degustan los sentidos más que otras cosas menos materiales a causa del sobrepeso hedonista y publicitario que padece la información, que es sólo eso, información, no pensamiento, y por eso va dirigida a los sentidos más que a la reflexión y al corazón. Y hablo de las miserias afectivas, económicas, sociales, morales y culturales de quienes ejercen la prostitución, pero también habría que hablar de las de los que la contratan.
Otra forma convergente de atacar el problema es explicarlo, regularlo y transformarlo en algo menos degradado y enfermo, porque importantes enfermedades se transmiten de esta manera y quienes la ejercen no poseen la consideración social de trabajadores con seguro de enfermedad ni protección alguna, de forma que se ven relegados al subproletariado y a la asociación con ambientes marginales y delictivos, sin pagar unos impuestos que podrían servir, por ejemplo, para regular la prostitución.
El problema posee también una faceta moral porque la familia posee una legitimidad mayor que la prostitución; es una legitimidad auténtica y natural, derivada del nacimiento y crianza de los hijos, algo intrínsecamente perseguido por la idea que es fundamento mismo de la prostitución. Toda educación de los hijos exige al menos un periodo medianamente largo de convivencia en pareja, aunque no necesite un papel para constituirse, sino algo más sólido y duradero que no esa tan sucia y usada palabra, el amor, sino otra mucho más hermosa, tenue y persistente: el afecto, la amistad, la dilección, la empatía. Así que, si la moral natural es la que emana de los deseos y necesidades nunca hipócritas de nuestros inocentes hijos, la prostitución ha de ser perseguida y ese machista con peluquín, cuyo único encanto es el aroma del dinero, ese mafioso llamado Berlusconi, ha de irse a tomar por culo (igual incluso le gusta) en vez de porculizar.
Pero lo que hay es lo que hay: una moral consuetudinarista a la que le importa un bledo el igualitario derecho natural; como lo único que es verdaderamente legal en esta sociedad es lo que da dinero, esto es, esa plusvalía que consiste fundamentalmente en hipocresía, la prostitución ha de seguir siendo lo que es: un negocio como el fútbol, que ni siquiera es ya un deporte. ¿Alguien se ha preguntado qué hacer con el fútbol? ¿O con la televisión, demostrado que se ha que es perjudicial y patógena en su mayor parte, aunque sólo sea por el tiempo de vida legítima que nos quita? Nadie, y si alguien lo ha hecho ha sido oscurecido con deliberación. Se ignora y no puede haberse alguno que quiera perderse las plusvalías de estos inventos. Pues véase entonces el negocio más antiguo del mundo, el de vender y hacerse demasiadas ilusiones; ya lo sabía la artera serpiente que engañó a Eva cuando dijo "eritis sicut Deus", "seréis como dioses". Lo único que se prostituye es la estúpida vanidad humana, y más valiera colgar a los clientes de ese teatro que a los actores, esas propias y desgraciadas prostitutas, entre las cuales y entre ladrones siempre andaba metido Jesús.
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