El equilibrio en todo, vaya mierda. Méson te kai áriston, que decía Aristóteles en la Ética a Nicómaco, o est modus in rebus, que Horacio, o, tal dice un adagio medieval que llegó a ser tópico literario, in medio stat virtus ("la virtud está en el medio"; el sentido verdadero es más socarrón, porque es erótico, como propone Maxime Chevalier). Pero estar en medio no te permite conocer la pasión, esa cosa que los griegos confundían con una enfermedad, el pathos. Los griegos es que eran muy racionalistas; así les fue. Los romanos tenían, por el contrario, junto al sentido de lo pragmático que faltaba a los muy vagos de los griegos, que para eso tenían a los esclavos, el de lo subjetivo, como refleja su literatura. La lírica griega es extravertida, objetiva: pinta los efectos físicos del amor, como en Safo, canta a las fiestas y a las francachelas, pero no indaga en los paisajes oscuros del alma que pueden aparecer, por ejemplo, en Catulo, en Propercio o en Albio Tibulo. Una salus haec est: hoc est tibi pervincendum / hoc facias sive id non pote, sive pote! Ese fatalismo, ese sentirse mal es algo que tenía su natural progreso inculturado en el Cristianismo, que cree que es posible cambiar la condición humana no trascendiéndola, como se cree habitualmente, a un plano superior extravital, sino en este mismo mundo. Algunos lo consiguen, pero la mayoría no. Yo nunca he podido ser equilibrado, me puede la pasión, me quedaría en el siglo XIX con los románticos, no en el XVIII con los clásicos. No soy una persona que duerma bien, mis pesadillas las tengo despierto; buena prueba son estas letras, que se han escrito en una laguna de sueño en la madrugada.
Yo tengo mis dudas
ResponderEliminarEl equilibrio, uhm, suena bien a quienes no lo encontramos. Pero lo buscamos como al Dios, tan humano, que no existe.
Entre el XVIII y el XIX tengo más dudas, más bien me quedaría entre ambos desde 1750 a 1850, la segunda mitad del XIX es una prórroga o bucle y la primera del XVIII una génesis cruzada por una guerra cruenta. Lo ideal es poder patalear en un mundo ordenado, como ocurría en el reinado de Carlos IV.
Respecto al sueño, no suelo perderlo, pero me cuesta horrores comenzar y acabar con él.