Me he pasado por una librería de amplio fondo, Ruiz Morote, instalada en una cueva subterránea o sótano, como la cátedra de magia de Salamanca, y he salido bastante cabreado, aunque también muy motivado. Mi cabreo es porque hay muchos libros que quisiera leer y no puedo comprar, y lo que es más, porque aun si los comprara no tendría tiempo material para leerlos y estudiarlos. Pero también me he marchado motivado, porque se me ha despertado el gusanillo de escribir... Ciclotímico que es uno. Tengo muchas ideas, muchas intenciones, pero también miedo de llevarlas a cabo y de que me roben el tiempo que necesito para disfrutar de cosas para mí más importantes, como son mi familia, el sol, el aire, los seres vivos. Ahora que no tengo problemas para publicar, que sé que me publicarían cualquier cosa, que se pelean por que escriba algo, resulta que no puedo resolver el problema del tiempo.
Estaría bien escribir una novela negra; el protagonista sería un tal Fernando de Rojas, que investigaría la desaparición de dos niñatos pijos, un tal Calisto y una tal Melibea. He emborronado un esquema con los puntos estructurales de esta parodia, que no sería en todo semejante a la Celestina, pero no tengo tiempo para escribirla, por desgracia. Por otra parte sigue rondándome el problema de la novela sobre la romántica primera mitad del siglo XIX; creo haberlo resuelto con la presencia de tres narradores o hilos de trama, o de una narración en tercera persona sobre tres personajes, que serían Félix Mejía, un clérigo -aunque prefiero al simpático Manuel Núñez de Arenas, tendré que escoger más de acuerdo a mis intenciones al desagradable Agustín de Castro, y un pintor, discípulo de Aparicio, que representa la postura que yo creo menos mala. Personajes secundarios en la parte manchega serían Chaleco y Adame, aunque la novela transcurriría también en Toledo, Cádiz, Madrid, Filadelfia, Guatemala, Tabasco y La Habana... pero estos proyectos son utópicos, porque me falta el tiempo, y además estos proyectos, algunos de los cuales tengo comenzados, se pelean con otros, como el caso de cuatro o cinco ediciones que quiero hacer de clásicos manchegos olvidados y que seguramente nunca podré concluir por falta de tiempo; puedo hacerlas, tengo los materiales ya buscados, pero lo que me falta es consagrarme exclusivamente a ello: hay muchas cuentas que pagar y, por desgracia, aunque la enseñanza me hace menos feliz, es lo que sirve para pagarlas a tiempo. Siempre hubiera preferido tener menos y vivir en una casa alquilada y más pequeña, pero dedicarme a hacer lo que realmente me gusta: escribir, imaginarme cosas, ensoñar, reflexionar, barajar palabras. Pero mantenerse de la escritura en España es muy difícil, y solamente lo han logrado seis o siete a costa a veces de sacrificar la calidad de su producto. Ese es el difícil dilema del escritor, que sólo puede serlo sin condiciones si es millonario, y por lo general un millonario prefiere hacer cualquier tipo de estupidez a encerrarse a emborronar cuartillas por el arte.
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