martes, 10 de noviembre de 2009

Hospital general

Salido apenas de una gripe a minúscula que he combatido a golpe de gelocatil y vitamina C, me tocaba revisión de sistema endocrino, por si tuviera recidivas del cáncer de vejiga que padecí doce años ha. Pues no, aunque me han encargado tres pruebas diferentes por si acaso, ya que es muy traicionero y no da señales. El hospital rebosa; mientras espero, veo pasar pares de viejecitas agarradas entre sí como sosteniéndose ante la inminente ruina y aterrorizadas por el laberíntico y kafkiano mazacote de hospital por el que deambulan perdidas; hay estupendas premamitas bogando por los pasillos panza en ristre, convoyes de sillas de ruedas, cucarachas de bata blanca cruzando eléctricamente de un lado a otro, palurdos de pueblo, señoronas de ciudad, jovencitas culonas y malhabladas y, sobre todo, ancianitos y ancianitas con muleta o sin ella por doquier. Se ve que la enfermedad es cosa de viejos, aunque también hay nenes; me fijo en los bebés, con los cuales siempre simpatizo mucho. Hay una pelirrojilla que se llama Teresa e insiste en descalabrar un muñeco calvo contra el suelo sin maldad; yo creo que lo hace como quien tañe un instrumento musical, para ver el sonido que le arranca.

Despues de arreglar las citas esperando y observando la fauna humana, tomo el autobús y aprovecho para recoger un paquete de correos. Se trata de mi esperada edición de los Ecos de un pensamiento libre, de Antonio Rodríguez García-Vao, el masón manchego amigo de Unamuno que fue asesinado en Madrid un infausto día y que se hallaba vinculado a la Institución Libre de Enseñanza. Como sospechaba, es la primera edición, que he conseguido a bajo precio de ese rácano librero catalán que es Farré; ha sido un milagro encontrarlo en su catálogo por sólo treinta euros; no debía conocer lo que yo sé sobre el autor, que es uno de los precursores, sí, de Antonio Machado, como demostraré en un estudio que está en prensa. De hecho, su abuelo publicó en las Dominicales del Libre Pensamiento, del que era García -Vao uno de los principales redactores. La edición está íntegra y bien encuadernada, con una sorpresa dentro: la hoja de promoción del libro, con el sello de la época de la librería barcelonesa que lo vendió. Tiene dibujado un libro abierto con las proclamaciones religiosas de todas las culturas, desde Cristo a Krause, pasado por Buda, Mahoma y Voltaire. Eso le da un interés suplementario a la edición, cuyo papel huele muy bien, no al ácido estomagante de ahora. Con el tiempo estoy llegando a acumular una apreciable biblioteca de anticuario manchego. Por otra parte un poeta sueco, Peter Ingestad, me escribe comentando una octava real en que he supuesto la poética de Espronceda.

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