jueves, 18 de marzo de 2010

Del cajero automático al profesor automático

Supongo que la fusión hombre-máquina, denunciada por tan pocos, terminará por alienarnos a todos. A un cajero automático no se le puede pedir que razone sino a conveniencia de su programador; es de suponer que a un profesor tautomático tampoco. Hasta ahora nos hemos librado de la publicidad en los libros, porque los libros no interesan a quienes quieren hacer dinero, como tampoco hay publicidad en los rollos de papel higiénico; la cultura y la mierda vienen a ser lo mismo para los capitalistas, y de hecho por ahí hay algún artista italiano, Piero Manzoni, que enlató su mierda en 1961 con el marchamo y marca registrada Merda d'artista y la vendió muy bien. Cuando haya libros de texto electrónicos, ordenadores y pizarras digitales, y haya que hablar con el profe, si es que para entonces lo hay y no un servomecanismo de ayuda, a través de pantallas, contraseñas, chats y correo electrónico, ganaremos algo en el sentido de que ya no te juzgarán por la apariencia, con lo que también ganaremos en ecuanimidad, pero también perderemos algo más que los prejuicios, la facultad para alterar las reglas de la sociedad y adaptarlas al ser humano más propio, menos homogéneo y masificado, al ser humano más humano y menos cosa, menos otro. Contra una máquina es imposible rebelarse, y a veces incluso imposible destruirla, como tampoco lo es seducirla, rogarle o hacerla copartícipe de pasiones y sentimientos. Las máquinas nos dejarán en paro y, lo que es peor, mano bajo la mandíbula, reflexionando sobre nosotros mismos, pensando cómo hemos podido llegar a esto, haciéndonos más humanos con ese paro que es una detención y con ese frustramiento mecánico. Al hombre le han crecido más extremidades, más órganos, y con tantos apéndices, sin embargo, se desplaza dificultosamente y sin ver apenas, como un pulpo envuelto a en su niebla de tinta oscura. Hasta en el sexo el fetichismo y los artículos están transformando las relaciones humanas en relaciones de consumo, de usar y tirar, fragmentándolo todo y haciéndonos perder nuestra entereza, nuestra integridad, lo que nos hace únicos. Utilizo la internet para comunicarme, pero internet tiene también sus límites, límites meramente humanos, como posee horizonte reductor cualquier mirada; resultará entonces que la entrerred o entretela será una cárcel sin puertas, una urdimbre hecha de pasillos, túneles, llaves y procedimientos de paso que nos aísla en nuestra propia libertad.

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