Me sobrellevo; cada día tengo que apencar con ese sosias remolón que tiene mis mismas costumbres y ningún entusiasmo; lo tengo que sacar de la cama, lavarlo, peinarlo, darle de desayunar, hacerle tomar las seis pastillas y arrearle una patada en el culo para que vaya a trabajar.
Cada vez son más escasas mis ganas de escribir y mis ganas de vivir; de estas debería tener más, porque se supone que escribir y vivir son extremos opuestos, pero la verdad es que tampoco tengo ganas de salir o de perder el tiempo, que es lo que se suele decir que es lo más grato de vivir; me queda poco tiempo y, como los viejos, no quiero malgastarlo. En casa parece que no lo consumo, es como si no se fuera; me instalo cómodo en mi costumbre, como el personaje inmóvil del interior de una foto; antes no, me gustaba salir. Este verano, que ha salido francamente esplendoroso, me quedé entre cuatro paredes; sí, cierto que estuve en Barcelona y me encantaba, pero para mí todo eso era una sucesión de postales; habría puesto una silla en medio de la calle para ver pasar a la gente o para oírla. El turismo tiene siempre algo de falso de lo que nunca te acabas de librar, porque uno no está nunca presente cuando está de viaje, ni siquiera en su propia casa, cuando tiene la mente en otra parte. Si alguien me quiere buscar, será mejor que me busque donde no estoy, porque si no ya me habré ido; tardo en asomar los cuernos desde dentro de mi profunda concha de caracol, no cojo ni la onda, ni las presuposiciones ni el contexto ni la situación ni la sintonía y, cuando ya estoy preparado, resulta que todo ya se ha terminado y todo el mundo recoge velas; necesito tiempo para conocer a la gente. Si me voy deteniendo poco a poco, como paulatinamente se van moviendo cada vez menos los viejos, si me demoro y retardo lo suficiente, puede que me quede traspapelado entre dos segundos, congelado en apenas un momento, un fotograma.Yo, en mi casa, viendo pasar el tiempo, en realidad estoy, como dice mi suegra, gravemente muerto. Y los muertos están solos.
Esto de dar clase es algo al mismo tiempo mecánico y extraño. Un alumno me decía desanimado: "Me siento raro siendo educado". Decía lo que sentía, no lo que pensaba, lo que demuestra lo buena persona que es; no era maligno, como algunos que hay también. Los del Programa de Garantía social, o PCPI, como los llaman ahora (que parece un partido comunista raro e italiano), parecen rebotados de las cuatro esquinas de la inmensidad; siento por ellos un afecto especial, del que me cuesta trabajo librarme para ser un poco objetivo. Como son sencillos, ni siquiera hay que rascarles, enseguida les asoma la sensibilidad, el espíritu, la franqueza; se les ve a carta cabal la integridad, la verdad. Todo en ellos remite a un centro. Hasta cuando mienten lo hacen con buena intención. En otras clases, sin embargo, esto se parece a una cotidiana crucifixión; el profesor se siente desfallecer solucionando problemas como si redimiera los pecados del mundo y termina abrumado, transformado en un ecce homo, sin poder desconectar, creyéndose demasiado poca cosa para apurar el amargo cáliz. Dice la Biblia que "estemos en la tribulación gozosos", pero, qué va, a la artritis y a la hipertensión y al estrés y a la depresión no se le puede hablar en esos términos y, si uno no es masoquista, tiene que decir de vez en cuando ay y quejarse un poco, que después de todo es el deporte nacional; todavía no me explico como las pilas me duran tanto: no soy el conejito de Duracell.
El onmipresente
ResponderEliminarCreo recordar de mis mínimos estudios literarios que Joyce hablaba de tres posibles actitudes del autor ante el hecho literario. El relato en tercera persona, donde el ser omnisciente, omnipresente y omnipotente nos muestra lo que quiere para que el relato progrese; el relato en primera persona que se desliza sobre sentimientos y apreciaciones personales, apreciadas o no, como seres solitarios, únicos; y el relato en segunda persona, para el irlandés mucho más completo, en el cual la historia se acrisola en la mente del lector, sin referentes asegurados en el propio texto, de manera que el lector debe posicionarse ante la realidad.
Ese alumnado del partido comunista parece sacado de un poema intimista, mientras que el grupo "normal" parece comulgar con relatos litúrgicos: con suerte por enmedio podrás hallar, si el cieno no barrió tu visión, esos seres lumínicos, pero anonados ante la claridad donde se refugian unos y otros.