domingo, 28 de abril de 2013

Egipto

Hay quien adora el altar de la diosa Insurrección popular, Tercera República o qué sé yo qué utopía aria, libertaria o Zeitgeist, olvidando el secular estoicismo o borreguismo manchurrón que nos caracteridiotiza (perdón por los morfemas libres). 

El estoicismo senequil lo atribuyen a un pueblo, el español, que dicen habitó la Península ibérica en los tiempos, sin duda lejanos, del faraón Pacofis I, antes de que se separaran la Alta y la Baja Castillas y los bárbaros Catalanos invadieran el delta del Ebro y los morenos nubios subieran a través de la tercera catarata del Guadalquivir y Moisés abriera los ojos del Guadiana para que pudieran pasar. Esperaban los españoles a los bárbaros cuando hete aquí que mensajeros vinieron de los más remotos confines del imperio y nos dijeron que ya no había bárbaros, sino que llevaban ochenta años gobernando. Esos hombres eran o debían ser una cierta solución, no lo que (ahora, quizá siempre) se antojó: un problema. Empero, un profeta iluminado por un Ra desde luego excesivo dictó su oráculo y los sacerdotes interpretaron que el faraón actual, Donjuán I, debía conducir la nave del estado por el largo Nilo de otra Transición desde una España putrefacta y zombi a otra regenerada en el mundo subterráneo con vendas y parches que protegieran del gusano el cuerpo descuartizado de la Constitución (o Libro de los muertos) para librarlo de Apofis, el demonio del submundo. Lo he oído en canciones y lo he visto en pinturas. Y fuera, en verdad, pensamiento raro y de notar, si no fuese porque dicen los jeroglíficos legales que vano es pedir dátiles a un peral. 

Porque pedir pedir, nos parece pedir demasiado tener de esos primates (acepción segunda del Diccionario de la Leal Cacademiaspanish shame, o quier "vergüenza ajena", esto es, abochornarse por la patarratada de otro (y vuelvo a pedir perdón por los morfemas libres), y sentir conmiseración por una gentuza a la que le gusta mandar y que solo inspira schadenfreude, que en teutón significa lo que en vallecaniota que se jodan. A lo más nos dan vergüenza a secas, porque un prócer del pepoísmo no podría reconocerse en un espejo si se mirara, ya que siempre se están desdesdiciendo y desdesmintiendo, y quitándose pieles como las víboras y arrojando tinta como los calamares y excretando decretos y complicando las cosas en vez de arreglarlas.

Si tuviéramos esa arcaica nobleza, hidalguía y pundonor que se atribuye a los castellanos viejos, gente con alma grande y no con esas almejas de Congrieso de los mariscados, donde tanto da un gallego como un pasiego providencial, Rajay que Rubalcalva o Cánovas que Sagasta, no sufriríamos padecer una españalgia tan grande como la de Unamuno, que se quejaba mucho de esa afección, aparte también, claro está, de la de ser un Unamuno. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario