viernes, 3 de mayo de 2013

Maricas de España

A los ortodoxos en materia sexual los maricas no dejan de provocarles cierta inquietud, incluso cierta picazón, diría yo, no precisamente porque quien se pique ajos coma; a mí me la provocaban, en mi psicótica niñez, tanto un hombre meloso y atildado que asediaba a los jovencitos a la salida de los billares como el cocinero de un colegio de curas que me andaba detrás en todos los sentidos. Yo huía, y no precisamente porque no hubiésemos sido presentados, sino porque tan espontáneas manifestaciones de afecto me parecían extrañas en medio de la brutalidad dominante. Uno de los juegos habituales entre mis colegas de salvajismo era el "culo a la pared", más inocente en apariencia que en esencia, porque inculcaba homofobia. Luego se pasaba por un ambiguo periodo preadolescente, bien definido por Freud, en que uno sentía demasiado "amor", aunque sin expresión sexual, por los amigos, hasta que las hormonas y los clichés terminaban su trabajo sobre un circuito nervioso sexual, fraguado en determinado mes del embarazo, y uno se volvía comme il faut. Los rusos, que son capaces de hacer vivir cabezas de perro en horrendos experimentos pavlovianos (no pinchen el enlace las almas sensibles), han demostrado en otro que se pueden fabricar gays aumentando el nivel de determinada hormona en cierto mes de la gestación materna, algo que se produce también de forma natural. Así se demuestra que, en suma, la homosexualidad es una variante más de la humanidad, que proviene más de la carne que del espíritu y que puede darse en cualquier especie animal, como de hecho se da, sin que los animales se planteen dudas tan estúpidas como acometen a cierta especie de monos bonobobos.

Los psicólogos así lo han entendido cuando la excluyeron de su lista internacional de patologías: un gay no es un enfermo, sino solo una persona con preferencias distintas; lo que sí es enfermedad, por el contrario, es negar esta posibilidad de realización a los seres humanos, pues que siempre ha sido patología negar la realidad y, sobre todo, negar la propia realidad.

Ya niñato hecho y derecho, seguía preguntándome por qué constituía un peligro para la circulación cierto jovencito que andaba echando los brazos al cuello de un amigo mío, por cierto poco ortodoxo, y por qué había otros jovencitos a los que les molaba más salir con chicas que con chicos. Hoy puedo imaginarme que por afinidad electiva y, también, por no haber encontrado con quién salir, soledad doblemente depresora en época como esa. Inversamente, y nunca mejor dicho, imagino que algunas niñas se encontraban más a su aire sin sujetador bajo un jersey castrante y con el pelo corto, entre chicos, mejor que entre féminas turgentes de pecho frutal. Y que otros, amantísimos de sus madres, sentirían la llamada de unirse a clubes masculinos como la virginal iglesia católica, el varonil ejército, la disciplinada masonería o el Real Madrid, tan lleno de chicos guapos, pijos y metrosexuales en calzón corto.

Si uno conoce a unos cuantos homosexuales, como es mi caso, sabrá que hay muchos tipos: activos, pasivos, activo-pasivos, reinonas, travestidos, bisexuales, transexuales... Por eso no todos los gays son "juntables" entre sí; los delata cierta preocupación por el físico que llena sus cuartos de baño de potingues, cremas, colonias y demás y, por otra parte, es cierto que muchos de ellos se han acostumbrado al amor pasajero e incluso mercantil, por lo que son especialmente disolutos y de pareja poco estable y les cuesta pero que mucho asentar esa cabeza tan loca y de loca que tienen. Por tanto, el juez que otorgue el cuidado de un niño adoptado a una pareja gay debe ser prudente si quiere proteger el futuro del niño, esmerarse en averiguar si la pareja formada es verdaderamente estable, con lo que solo bastaría saber si lleva algunos años de continuidad y tiene visos de permanencia. Por lo demás, cabe decir a quienes les preocupa otro estilo de prejuicios: si en familias "normales" nacen niños gay, ¿por qué en una pareja gay no puede haber niños normales? Existe una normalidad mucho más ancha y menos restrictiva que la que quieren hacer pasar por tal las mentes estrechas y no estará de más recordar a algunos ignorantes católicos que hubo parejas de santos homosexuales, como Sergio y Baco y que, incluso, hay un rito cristiano muy antiguo para "casar" cristianamente a dos gays, la adelphopoiesis, fraternitas iurata u ordo ad fratres faciendum. El erudito John Boswell ha exhumado nada menos que ochenta contratos históricos de este tipo de matrimonio cristiano gay. Cuando el matrimonio se encuentra en tanta decadencia, parece demencial que los católicos les nieguen ese derecho a quienes todavía creen en él. Pero es que el derecho canónico legisla hasta en cuestiones de bragueta, que ya es legislar. 

Es un hecho que entre los gays o LGBT (así se llama al colectivo formado por lesbianas, gays, bisexuales y transexuales) existen los mismos problemas que entre los ortodoxos. Es cierto que entre ellos muchos son muy creativos; quizá quepa atribuirlo al hecho de que, como hombres, poseen un cerebro más grande y, como mujeres, lo usan más y ambos hemisferios conjuntamente; pero eso  podría ser una explicación baldía, ya que cualquier ser marginado puede hacerse con facilidad una idea original y subjetiva sobre el mundo, ya que la subjetividad es la raíz misma del arte.

Muchos homosexuales lo pasan mal en sociedades particularmente hipócritas o restrictivas; y lo hacen tanto si lo asumen como si no; pero también los hay que se lo pasan mejor dentro del armario que fuera de él y viceversa. Eso es cuestión de temperamentos, de voluntades y de circunstancias. Por supuesto, las conductas homoeróticas son tan reprobables como las ortodoxas en los casos generales que recoge la ley: sexo con menores de edad o pederastia, violaciones, acoso etcétera. El castigo de estas conductas debe ser el que espera cualquier hombre honrado en cualquier cultura, siempre que se tenga en cuenta, además, que este tipo de delitos es muy propenso al ocultismo y delicado de tratar, más en un país tan hipócrita y clasista como España, donde muy probablemente emerge solo el uno por ciento de los casos reales. Algunos casos, por demás, resultan tragicómicos, como el del grupúsculo anarquista Mateo Morral, que ha enviado consoladores explosivos al obispo de Pamplona y al rector de un colegio de los Legionarios de Cristo. Hechos reprobables, desde luego, como lo es también el de que la revista El Jueves vitupere al obispo de Alcalá atribuyéndole el dicharacho mendaz de que es bueno dar por culo para prevenir el aborto. Eso es solo incurrir en el anticlericalismo trasnochado del refranero, explícito al atribuir a curas regulares y seculares el pecado nefando. Por demás, incluso diversos periodistas manchegos anticlericales han sido más o menos declaradamente homosexuales, como el asesinado Antonio Rodríguez García-Vao, un probable amante de Emilio Castelar, si interpreto bien lo que insinúan algunos de sus contemporáneos, o el secretario de Jacinto Benavente, el escritor ciudarrealeño Ernesto Pérez Saúco.

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