viernes, 26 de junio de 2015

La muerte de la enseñanza de la Literatura

Juan Tortosa, ·La muerte de la enseñanza de la Literatura, en Público, 24 jun 2015:

Se cargaron el latín por lo militar. Ni los curas saben ya qué significa “Introibo ad altare Dei“, ni mucho menos el “Suscipiat” o el “Orate, fratres“. El latín ayudaba a pensar, un peligro, ponía en orden la mente, peor aún, te ayudaba a entender mejor tu propio idioma, a expresarte en él con mayor corrección… Mucho riesgo para el poder, casi siempre en manos de inseguros desconfiados e indocumentados, sobre todo en el ministerio mal llamado de Educación, desde hace tantos años.

Luego devaluaron la enseñanza de la filosofía. Descartes, Kant, Feuerbach, Schopenhauer… al baúl de los recuerdos, uhúu… Se empieza por Platón y se acaba con Marx y Engels y… claro, luego te salen listillos y cualquier pimpollo es capaz de montarte un Podemos apenas te descuidas.

Más tarde le llegó el turno a la música. Despreciaron su importancia y relegaron la enseñanza de esta disciplina robándole a los alumnos su derecho a disfrutarla y a mejorar su sensibilidad. A ser cultos, en definitiva. Una de las secuencias más impactantes de la película franco-mauritana Timbuktu, dirigida en 2014 por Abderrahmane Sissako es cuando los islamistas radicales torturan a quienes osan escuchar música a hurtadillas. Pues eso.

Ahora le toca el turno a la Literatura. A partir del próximo curso, dos horas a la semana y vas que te matas. Además, no contarán para la nota de selectividad ni entrarán en las futuras reválidas que prevé la ley Wert. Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE) la llaman. ¿Se puede tener más cara? ¿Se puede ser más desaprensivo?

Arrancar de cuajo las humanidades de la enseñanza es privar a las generaciones que ahora crecen en nuestro país de un instrumento imprescindible para amueblar sus mentes y reforzar su sensibilidad. Es una verdadera pena constatar cómo la capacidad de expresión de muchos jóvenes es ya inversamente proporcional a la habilidad que poseen para escribir mensajes en sus teléfonos “inteligentes” a toda velocidad. Teléfonos que incluso les corrigen vergonzosas faltas de ortografía producto de una educación directamente denunciable.


Lo único que leen son los mensajes del “guasap“. O los tutoriales de internet para aprovechar al máximo las capacidades de la aplicación de moda. ¿El Arcipreste de Hita? ¿El Cantar del Mío Cid? ¿El Lazarillo? ¿La Celestina? ¿Cervantes? Bueno, Cervantes sí, pero porque estos días han hablado mucho en la tele del hallazgo de sus presuntos restos. Todavía los veinteañeros quizás sepan que Cervantes fue el autor de “El Quijote” y hasta es posible que alguno, por equivocación o por obligación, se haya tomado la molestia de leer alguno de sus pasajes. A partir del próximo curso escolar, se acabó. Ni Galdós, ni Clarín, ni Valle Inclán, ni mucho menos García Márquez.

El acoso y derribo a la cultura y al conocimiento es tan escandaloso como el escaso nivel de protesta ciudadana ante tamaña fechoría.

Saldremos muy tocados de los desmanes de Wert y sus antecesores al frente de Educación. Es uno de los cambios fundamentales que hay que hacer apenas la gente decente recupere el poder. Será complicado evitar el daño en alguna generación, pero si algo debemos a quienes vienen detrás nuestro es dejarles un panorama mejor que el que nosotros recibimos. Y eso, que no está ocurriendo en casi ningún ámbito, en el mundo de la cultura, en el de la educación… es todavía peor sin que sepamos hasta cuándo.

Le hemos dado nuestra lengua a más de quinientos millones de personas en todo el mundo y nosotros, quienes la parimos, somos los que peor la hablamos, los que menos recursos lingüísticos demostramos, los que usamos un vocabulario más pobre y escaso, los que nos expresamos con menos riqueza de léxico y de matices… Y para redondear la faena Wert, en estos sus eternos días de una despedida que no acaba de rematar nos añade una amarga píldora más a su nociva y vomitable herencia: una enseñanza devaluada de la literatura, a la que hay que sumar las tropelías cometidas antes con la historia de la filosofía, la música o el latín.

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