Detesto las rubias clónicas de alma y cuerpo plastificado; me fijo en la sonrisa, la obertura de los ojos, la definicion de los labios, la cadencia y division del pelo; el despejo y gracia de andares y gestos al moverse, la dulzura de la simpatía; la grácil y esbelta elegancia, la presteza, la felicidad, la feminidad, en suma; también en la imprevisibilidad y la inteligencia, que me prenden más que nada al considerar a la mujer perpetuo objeto de estudio y devoto asombro. Hay mujeres dotadas de gracia divina: Aruna Anand, Michelle Pfeiffer, Audrey Hepburn, Mónica Vitti... pocas veces puede verse a una modelo llegar al grado de esos arquetipos; algunas, incluso, poseen la suma belleza corporal, pero la pierden al constatar que es asidero de muy escasa o mediocre personalidad, tal dase en Jessica Alba. Otras, por el contrario, hacen deslumbrar su mediana belleza con un tremendo carácter, como Susan Sarandon. No se puede decir que no me gusten las anoréxicas como Jorja Fox, con sus benditos paletos, Jennifer Morrison, Calista Flockhart o Isabella Rossellini, pero también encuentro enormísimo atractivo a mujeres menos bidimensionales como Catherine Zeta Jones gorda y todo.
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