jueves, 22 de noviembre de 2007

El infierno tan temido

Hacía mucho calor, como es de suponer. Todo estaba lleno de políticos que pretendían arrebatarle el cargo a Satanás, mientras fingían servirle de lameculos, chupamindas y catarriberas. Pero también había muchísimos periodistas flotando sobre mares de mierda; Pedro Botero no daba abasto con tanto trabajo y echaba chispas con cuidado, porque ahí abajo todavía queda bastante petróleo.

La calva de Góngora lucía como una bola de billar, porque no paraba de sudar, y se quejaba cansinamente ayayay, más por costumbre que por otra cosa. De repente la cara se le iluminó, porque reconoció un andar cojeante que le era familiar. Era el de un hombre algo gordo y corto de vista, ya que llevaba gafa de pinza, y era guiado por un demonio de buena planta, aunque algo fláccido de cuernos.
-¡Ya tenía gana yo de verte por aquí, Paquillo!
Quevedo miró y lo reconoció, pero no lo pudo creer. Ni todo el estoicismo que había leído en Séneca pudo ayudarlo a dominarse, y gritó con voz destemplada

-¡No! ¡El bujarrón este! ¡Otra vez! ¡Y por toda la eternidad! ¡No! ¡Socorro!

-Me temo que así es, señor –dijo displicente el demonio, algo apenado porque era un admirador secreto de sus Sueños, que había leído- Queda pues asignado, pues, a esta zanja con Góngora y compañeros gusanos, por toda la eternidad.

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