lunes, 21 de abril de 2008

El olor de la Guerra Civil

Yo no he sido; lo puedo asegurar. En esa época todavía estaba en el seno de Abraham. Pero, después de haber leído La velada en Benicarló de Manuel Azaña, la frase que más me impresionó y que creo que es cierta es la siguiente:

"Traiga usted todos los horrores de una guerra, los hermanos luchando contra hermanos, las muertes, todo lo que usted quiera, y todavía habrá algo más terrible que todo eso en esta guerra civil.

¿Qué es?

Su inutilidad."

¿Qué solucionó la Guerra Civil? ¿Solucionó un problema o agravó los que ya había? ¿Cuánto tiempo tardamos en recuperar nuestra renta per cápita de 1936? Ni siquiera sirve decir, como quienes quieren justificar lo injustificable, que engrosó una clase media que antes era demasiado delgada. Lo realmente terrible fue la posguerra española y la saña de los vencedores con los vencidos. Eso nadie lo puede borrar: que la guerra continuó después de acabar la guerra, y continuó durante cuarenta años. En otras guerras civiles más modernas se han recuperado los cadáveres enterrados en las cunetas; en esta miserable tierra nuestra, no hubo higiene: todavía hay cadáveres de uno u otro signo -la ideología no tiene aroma- hediendo y enterrados, como el de Lorca, con cuatro tiros en el culo, por maricón -las revistas fascistas de la época le llamaban Federico García Loca-. Su asesino, un fulano formado con las cristianas huestes del cardenal Herrera Oria, cuando llegó la democracia, echó a andar y se refugió en Estados Unidos, donde murió. Demos su dignidad a los muertos y enterrémoslos como debe ser. Y leamos esa famosa novela sobre el traductor de John dos Passos, porque de todo hay en botica, y no cabe esperar que los republicanos, títeres de los comunistas, se hubieran portado de una forma mucho mejor si hubiesen ganado esa mierda de guerra, que lo único que sigue dejando todavía es el mal olor de los muertos.

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