lunes, 13 de octubre de 2008

Profesores duros

Alguna vez he tenido profesores duros. A ellos seguramente les he debido más que a ninguno, porque me hicieron estudiar mucho y conocer a fondo algunas materias. Otros me parecían duros aunque no lo eran, por mi insuficiencia en algunas materias, como las matemáticas. Recuerdo en especial a uno de Filosofía, López, muy encandilado con la polémica entre neopositivistas y popperianos -era la época en que se traducía el polemicón con Wittgenstein-, que me dejó perplejo con su explicación de la fenomenología y me provocó sudores fríos y auténticas pesadillas con la lógica formal. Fui de los pocos que aprobaron, con un sufi pelado que me supo a gloria; logró crear la suficiente inquietud filosófica en mí como para que fuera progresando en esa materia por mi cuenta y riesgo hasta la actualidad, de suerte que ahora tengo una culturilla en ese terreno. Más de una vez me he dicho a mí mismo que esa debería ser la verdadera función de un profesor, crear inquietudes que hagan progresar por sí mismo a un alumno en la dirección que él mismo se imponga: esos son los verdaderos maestros, los demás son instructores; ese era el verdadero espíritu del Humanismo, la creación de seres humanos completos e independientes. Otros son sólo dómines competentes. Recuerdo a Luis de Cañigral, el Cicerón de la Torre Gorda, el Terrible, que me transformó en un virtuoso de la medición del hexámetro y en un aceptable traductor de Virgilio. Con él pasé por las Tristia de Ovidio y por la Vida de Julio Agrícola, cuyo aislado hexámetro, de un poeta desconocido, "haud semper errat fama, aliquando et elegit" todavía perdura en mi memoria. También estuve lo suyo con Virgilio, otro profesor de latín cuyo nomen est omen, aunque con él fuimos de mi queridísimo Catulo a Cicerón , cuyas Catilinarias odio tanto como admiro su De oficiis. También era durillo Francisco Ruiz, pero no me dediqué demasiado al griego; mi diccionario no era de los mejores y además Santiago Talavera Cuesta me pidió el Socrate de Platón y todavía estoy esperando que me lo devuelva, de modo que cuando me sacaba a traducir él tenía los textos hechos con mi libro y yo no, y yo suspendía y él aprobaba; por más que le di la lata él me iba dando largas; era un libro escaso y por eso no pude conseguir otro. La generosidad siempre me ha dado mal pago. A él no le debo nada, y él me debe mucho. Suele pasar. Menos mal que luego pasamos a Lisias, y a Safo y al duro Tucídides, donde mi naufragio fue completo.

También he tenido profesores duros de compañeros. A uno de Física le llamaban "El seis pesetas", porque "era más que duro". He sido duro yo mismo, y también he sido blando, aunque ahora he vuelto a ser duro otra vez, no porque se haya trastocado la evolución natural de las cosas, sino porque me ha hecho duro el desmoronamiento del sistema educativo a mi alrededor.


¿De qué más profesores duros me acuerdo? Pues de ninguno más. Entre los idiomas estaba en particular la obsesión del idioma hablado, cuando muchos de nosotros sólo queríamos conocer idiomas para leer libros, no para viajar al extranjero: es un prejuicio muy común, la obsesión con la lengua oral en un mundo donde todo se mueve con internet y la lengua escrita. También esa estúpida manía de ceñirse a un único libro de lectura; yo me he leído el que me ha dado la gana desde la misma carrera, los profesores respetaron mi extravagancia y ahora soy doctor y he escrito varios libros, no sé si buenos, pero por lo menos aceptables. Deberían dejar a la gente abrirse su propio camino; el profesor debería ser un amigo de sus alumnos; por desgracia, la tv, la publicidad y las estúpidas consignas comerciales intentan aislar a las generaciones impidiendo el trasvase de cultura sólo para evitar el sentido crítico que impide comprar productos de mierda. Es imposible ser amigo de alumnos estupidizados por el fútbol y la tv en clases atestadas.

Pero la profesora más dura que he tenido fue una con la que sacaba sobresaliente y con la que disfrutaba cada minuto de la clase y que nunca olvidaré, doña Hortensia; con ella aprendimos Historia del Arte por los codos, yo al menos. Sus filminas y sus apuntes se me quedaron grabadas en la conciencia.

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