sábado, 18 de octubre de 2008

Qué sé yo

O yo qué sé, que era mote del escudo de Montaigne, un mar de dudas esencial, siempre entre esto y lo otro. Me ocurre hoy que no tengo nada que decir, cruzado de brazos, como los muertos; eso no supone que no pueda pergeñar estas letras ni tenga que contar todavía: todo lo que hay por hacer, por ejemplo; lo que me sucede es una parálisis; y no es una parálisis inocente, la provoca la infección espiritual de la desgana, de la memoria, de la rutina. No soy como una peña bruñida por la lluvia que no tiene recuerdos, sino un fotograma estático en medio de una película que, si queda mucho tiempo fijo, se quemará dejando sólo un boquete donde antes había una figura. El pasado tira de mí hacia adelante y el futuro me empuja hacia el pasado, enterrándome en un agujero como el gusano que se entierra en el remolinillo del reloj de arena.

Sobre la sombra que yo soy gravita
la carga del pasado: es infinita


Que decía Borges. La memoria puede ser una maldición o un rencor, lo que no puede ser nunca es inocente. Detener el tiempo deja un hueco en el reloj de arena, un agujero diminuto, un intervalo entre dos granos de arena. ¿Qué hay ahí? ¿Qué hubo entre la primera sístole y la primera diástole de la primera vida? ¿Puede la conciencia existir sin tiempo, fuera del tiempo? ¿Es Dios eso? ¿Es una Quimera? ¿Es nada?

La vida sigue después del punto.

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