Uno tiene pocos vicios; comer bien, ir al cine, leer, ordenatear, el blog del padre Fortea... De esto último he intentado quitarme, pero no puedo. Me gusta leer a este tío y, si lo dejo de hacer durante un tiempo, luego recaigo miserablemente y me doy un atracón. Creo que lo voy a leer hasta que me muera, que será bien pronto, según ando de salud; no en vano voy a hacer testamento: no quiero que el estado les robe a mis hijas lo poco que les puedo dejar.
La única mujer que todavía me deja con la boca abierta es mi dentista, Mardelfina Rada Villegas, una venezolana de poético nombre que me está arreglando la boca desde que empezaron mis problemas con los dientes y ha compuesto la de toda mi familia desde que la tengo. Con esas manos de relojero que tiene nos deja fetén, para sonreír de oreja a oreja, aunque sea con coronas, puentes, fundas, empastes, endodoncias y tapando más agujeros que tenga un colador. Pero eso tiene que ver con el primero de mis vicios, comer bien. Me he puesto a régimen por fin. No es insufrible, pero me saca el vinagre del carácter para aliñar tanta ensalada, lo que en una persona tan depresiva como yo es peliagudo. Me obliga el corazón, que ya no está para más trotes, y se agazapa y amenaza desenchufarse por cualquier cosa, aunque mis kilos no derivan tanto de comer mucho como de consumir mucho líquido desorbitando mi tensión (gaseosa, cocacolas, café; soy un abstemio total de alcohol, salvo cuando hay banquetes y ocasiones especiales). Eso es algo también a controlar, antes de que me controle a mí.
Ir al cine; muchas veces recurro a Ono, que es más barato, pero tiene un catálogo paupérrimo; no voy al cine sin haberme informado previamente de lo que voy a ver; uno no puede perder el tiempo viendo cualquier bazofia.
Ordenatear: esa es mi cruz. Leer: ya no leo sino cosas muy, muy específicas, poesía, ensayo, biografías... El teatro no me va. La prensa, escritores raros del XVIII y del XIX... La biblioteca de Google es una bendición, y le permite a uno ahorrar mucho dinero cuando ahora las librerías de viejo por internet cobran el oro y el moro. Pero la verdad es que prefiero sentarme al lado de un árbol a escuchar el viento entre las hojas. El único sitio en Ciudad Real donde puede hacerse tal cosa, siempre sobre las ocho o las nueve de la noche, es en la esquina del antiguo correccional, frente a la gasolinera de Miguelturra, pero no hay bancos para sentarse y pasan los cohes haciendo ruido. Habría que grabarlo con un magnetófono, porque el concierto que hacen los pájaros y el viento es maravilloso. Y el padre Fortea... es un alma casi gemela de la mía, sólo que tiene algo que a mí me falta, un optimismo consustancial, por usar el adjetivo del concilio de Nicea... Ahora está en Roma, estudiando teología, pero no pasa día sin contar algo sobre lo que le ocurre, mínimas cosas que dan a la vida su asombro especial, y es de agradecer: así puede uno vivir cotidinamente otra existencia, aunque sea bajo sotana.
Buena letra
ResponderEliminarHe leído algo de Fortea, buen estilo sin duda, cuerdo en sus afirmaciones sobre la televisión, lástima que su sotana le haga pasar calor.
Respecto a la muerte, lo primero que me vino a la mente fue la infantil cuestión, ¿por qué hemos de morir, no podríamos estar siempre aquí? La imaginación me ha llevado a pensar en el día en que los órganos puedan montarse en el chasis corporal, recambios hasta la eternidad. Lo he comentado con una compañera de trabajo y aprobamos la moción. ¿hay cuestaciones para esto?, he puesto un euro en la del alzhemier, que para el caso. Inmediatamente surge la duda, ¿aguantaríamos?, ¿desearíamos vacaciones de la vida? Ya a solas, la duda fue en aumento, ¿quién controlaría la demografía?. En régímenes planificadores, lo haría la autoridad competente y en los liberales se aceptaría la caza humana, con el objetivo de destruir los chasis claro. ¿se esterilizaría por decreto? Algún novelista de ciencia-ficción debió pensar algo parecido, y revisé mentalmente alguno de los argumentos, La fuga de Logan es similar. Y de vuelta a la realidad, recordé aquello de que nadie sabe qué hay detrás de la muerte, porque nadie ha regresado para contarlo. Mi padre adopotivo tuvo una experiencia límite, un choque de camíón y le dieron por muerto, en la mesa lo entreoyó y sintió paz, pero razonó que estaban equivocados y así fue. Hace unos años el corazón le falló, si hubiera sido fácil un recambio se lo hubieran cambiado, nació con una sola válvula como dice mi madre. En esta ocasión, no sé de sus razonamientos.