Fe, cristiana o no, es lo que uno más necesita: confianza, autoestima, el timos platónico, como queráis llamarlo. No se puede querer, ejercer la voluntad, sin algo tan profundo que da identidad, ser, presencia en la realidad. La fe es equivalente a la dignidad, a la verdad, a la vida, a la libertad. Lo sabía bien Cervantes, que pintó a su héroe destrozado y muerto por haber dimitido de esa condición necesaria para toda esperanza; y el bueno de Sancho:
—¡Ay! —respondió Sancho, llorando—: no se muera vuestra merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía. Mire no sea perezoso, sino levántese desa cama, y vámonos al campo vestidos de pastores, como tenemos concertado: quizá tras de alguna mata hallaremos a la señora doña Dulcinea desencantada, que no haya más que ver. Si es que se muere de pesar de verse vencido, écheme a mí la culpa, diciendo que por haber yo cinchado mal a Rocinante le derribaron; cuanto más, que vuestra merced habrá visto en sus libros de caballerías ser cosa ordinaria derribarse unos caballeros a otros, y el que es vencido hoy ser vencedor mañana.
Y muchos capítulos antes:
Señor, las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres; pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias. Vuesa merced se reporte y vuelva en sí y coja las riendas a Rocinante y avive y despierte.
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