domingo, 31 de enero de 2010

Explicaciones a Bárbara Robinson

Tras preguntarle si poseía un inventario del archivo de Antonio Heras Zamorano, me escribe Bárbara Robinson diciéndome que si podría ir a la Universidad del Sur de California en Los Ángeles a revisarlo, porque "if not, we will have to bring the materials from archive storage and review the materials. It has been several years since I examined the collection and I cannot recall the contents very well. We do not yet have an inventory of the contents" ("si no, tendremos que traer los materiales del almacén del archivo e inspeccionarlos. Han pasado varios años desde entonces y no puedo recordar el contenido muy bien. Aún no tenemos un inventario.").

¿Cómo le digo a esta señora que un profesor de medias no puede, no tiene, no dispone de ayuda alguna para hacer cosas así? Bastante me he gastado ya comprando los libros de Heras, y desde luego no puedo pedir una pensión a la Junta de Ampliación de Estudios, como la que pidió Heras (y que entonces concedían a hombres talluditos y con estudios, no a estudiantes imberbes de Erasmus a mitad de carrera que se gastan el tiempo y el dinero organizando orgías y borracheras)

Pero, claro, estas cosas se las tiene merecidas un andaluz de padres manchegos, por investigar y querer resucitar, para quienes no la van a leer y mucho menos comprender, la tradición cultural de esta tierra de clases medias ingratas. Todavía estoy esperando que alguien aquí, porque fuera si me leen, me diga que ha leído mis libros; no caerá esa breva, pues, aunque no están mal escritos, yo, que me he leído los libros de algunos cercanos, ni lo espero ni lo deseo ya.

A Los Ángeles podía ir y fue gratis mi antiguo compañero de instituto Rafa López León, quien me hablaba asombrado de sus enormes autopistas de decenas de carriles, pero iba porque era jugador de balonmano. A los jugadores de esa cosa llamada filología hispánica estos viajes les están vedados. Pero, bueno, le preguntaré a Bárbara si hay algún profesor o profesora de español por allí tan bendito que pueda hacerme esas gestiones; tal vez tenga que recurrir otra vez a mis generosas amigas Lisa Surwillo en Stanford, o incluso Darlene Waller, la amabilísima bibliotecaria de Connecticut. ¿La Universidad? ¿Para qué? Salvo honorables excepciones, s todo palabras vacías, copas llenas, fiestecillas, tontadas, hacer el vago e irse a Madrid, sobre todo mucho irse a Madrid, a enterarse de cómo van las cosas. ¿Los eruditos locales? Dejémolos con sus coros y danzas, troteras y danzaderas.

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