Esta mañana un profesor se quejaba a sus hijas:
-No quiero ir al cole.
Sus hijas le miraban consternadas; no, no estaba enfermo, no sufría baja de ningún tipo; sencillamente, su padre era así de infantil, de convoluto y de cebollo; sin embargo, como ellas son muy conscientes -salieron a su madre- le tiran de la cama, le arrastran hasta el desayuno y le preguntan ¿por qué?...
-Me aburro mucho, los niños son muy malos, me pegan y me insultan; me canso mucho, no entiendo nada de lo que hacen y de lo que dicen y me dan un montón de exámenes para corregir, cuando yo lo que quiero es jugar al fútbol y hacer dibujos.
El profesor escucha las sensatas y maduras reflexiones de las mocosas sobre el deber bien cumplido, lo de ser un padre de provecho y todas esas monsergas de que los profesores han de dar ejemplo e instruir al que no sabe, etcétera. El profesor no está muy convencido, pero al final la ley dice que tiene que ir al cole.
Todo sea por los niños.
-No quiero ir al cole.
Sus hijas le miraban consternadas; no, no estaba enfermo, no sufría baja de ningún tipo; sencillamente, su padre era así de infantil, de convoluto y de cebollo; sin embargo, como ellas son muy conscientes -salieron a su madre- le tiran de la cama, le arrastran hasta el desayuno y le preguntan ¿por qué?...
-Me aburro mucho, los niños son muy malos, me pegan y me insultan; me canso mucho, no entiendo nada de lo que hacen y de lo que dicen y me dan un montón de exámenes para corregir, cuando yo lo que quiero es jugar al fútbol y hacer dibujos.
El profesor escucha las sensatas y maduras reflexiones de las mocosas sobre el deber bien cumplido, lo de ser un padre de provecho y todas esas monsergas de que los profesores han de dar ejemplo e instruir al que no sabe, etcétera. El profesor no está muy convencido, pero al final la ley dice que tiene que ir al cole.
Todo sea por los niños.
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