Discurso viene de discurrir; en el XVIII se usaba por "disertación", aunque no como "ensayo", pues éste tiene por tema uno mismo, como afirmaba el creador del género, Michel de Montaigne: "Yo mismo soy asunto de mi libro"; si ese fuera el caso, Max Stirner sería un gran ensayista por extirparse El ego y su propiedad. Yo no sacaré nada de mí mismo, pues soy pobre, incluso de espíritu, y no tengo nada que ofrecer, ni siquiera a alguien tan generoso como el presidente del BBVA, que es todo caridad, un ángel bendito caído como un albatros en este sucio mundo y de quien pudiera tomar tantas cosas positivas para vivir con provecho y circunspección; no siento pertenecerme demasiado; cuando murió mi padre, vi que todo lo que tenía y nos dejaba no le servía de mucho, conque vivo como si no tuviera nada que dejar, aunque no como si ya estuviera muerto, lo que da a la vida todavía el poco sentido que mantiene, aunque no su valor, escaso cuando se ve cerca ya el tren del infinito; el padre se contempla ya sólo respecto a sus hijos, a los que intenta proteger; yo quisiera dejar algo que les sirva para poder refugiarse de las inclemencias del destino: una casa, unos libros, una educación que pueda servirles para obtener un trabajo, un sofá donde descansar. Goethe decía en su Epigramas venecianos que más no se podía hacer; tal vez tuviera razón; pero mis hijas insisten en decir que me necesitan además a mí, quieren tenerme a su lado para que les aconseje y les ayude; cuando eran unas crías me dejaban a mí los juguetes en el parque, para que no se los quitaran, y se iban tranquilas a jugar; cuando son mayores también es eso lo que hacen; y resulta lo más difícil, porque aunque lo hago con gozo, algo me dice que no voy a durar demasiado; es, trastabilleando, el corazón, o el cansancio que a veces noto al arrastrar mis pasos:
En este occidental, en este, ¡oh Licio!
climatérico lustro de la vida,
todo mal afirmado pie es caída,
toda fácil caída es precipicio.
¿Caduca el paso? Ilústrese el jüicio:
desatando se va la tierra unida;
¿qué prudencia, del polvo prevenida,
la ruina aguardó del edificio?
Góngora debía estar como yo, pero más viejo y fúnebre, porque no tenía hijos y sus sobrinos, por los que tanto se había preocupado, habían abandonado al anciano sacerdote enfermo, pobre y cargado de años; por eso se planteaba la posibilidad del suicidio. En el caso de los padres no es así; saben que los hijos tendrán que quedarse solos, aunque unos más solos que otros, y esos son los que más preocupan, porque pueden sufrir tanto como uno no desea; ya se empieza a ver quién es demasiado sensible, quién es demasiado buena persona; y uno sufre por anticipado por los sufimientos que los hijos habrán de padecer; incluso sufre por lo que los alumnos buenos y malos tendrán que padecer, y cuando se encuentra a uno después de muchos años no siente satisfacción, sino pena, por lo que todavía tendrán que pasar, porque siempre les ha deseado lo mejor del mundo.
La poliorcética, hacerse fuerte contra la adversidad, no siempre es factible ni posible para algunos; siempre se desea lo infactible y lo imposible, se desea la eternidad, se desea estar en compañía de quien uno aprecia, de quien uno quiere saber.
Eso de pensar ya va costando demasiado, porque si el pensamiento es una reacción más o menos fisiológica, hay veces que en mí se anticipa el asco y el rechazo casi de un modo automático; a las dos terceras partes de la gente le mueven los sentimientos y los prejuicios antes que las razones, a mí me mueve más la inercia y las ganas de salir corriendo que el valor de sentarme a ver qué hacer.
Bendita inercia.
En este occidental, en este, ¡oh Licio!
climatérico lustro de la vida,
todo mal afirmado pie es caída,
toda fácil caída es precipicio.
¿Caduca el paso? Ilústrese el jüicio:
desatando se va la tierra unida;
¿qué prudencia, del polvo prevenida,
la ruina aguardó del edificio?
Góngora debía estar como yo, pero más viejo y fúnebre, porque no tenía hijos y sus sobrinos, por los que tanto se había preocupado, habían abandonado al anciano sacerdote enfermo, pobre y cargado de años; por eso se planteaba la posibilidad del suicidio. En el caso de los padres no es así; saben que los hijos tendrán que quedarse solos, aunque unos más solos que otros, y esos son los que más preocupan, porque pueden sufrir tanto como uno no desea; ya se empieza a ver quién es demasiado sensible, quién es demasiado buena persona; y uno sufre por anticipado por los sufimientos que los hijos habrán de padecer; incluso sufre por lo que los alumnos buenos y malos tendrán que padecer, y cuando se encuentra a uno después de muchos años no siente satisfacción, sino pena, por lo que todavía tendrán que pasar, porque siempre les ha deseado lo mejor del mundo.
La poliorcética, hacerse fuerte contra la adversidad, no siempre es factible ni posible para algunos; siempre se desea lo infactible y lo imposible, se desea la eternidad, se desea estar en compañía de quien uno aprecia, de quien uno quiere saber.
Eso de pensar ya va costando demasiado, porque si el pensamiento es una reacción más o menos fisiológica, hay veces que en mí se anticipa el asco y el rechazo casi de un modo automático; a las dos terceras partes de la gente le mueven los sentimientos y los prejuicios antes que las razones, a mí me mueve más la inercia y las ganas de salir corriendo que el valor de sentarme a ver qué hacer.
Bendita inercia.
La muerte o un cambio (conste mi preocupación)
ResponderEliminarTe cambio la muerte por un peso,
por una medida de éter
y un suspiro literario
que dará que hablar, y de comer, a tus vástagos.
El cambio es muerte onírica,
y, a veces, se muestra también como una victoria, como anticipo de la más difícil y pírrica gesta.
Pero no sufras aún no es tu tiempo, la diosa Fortuna desde el Quirinal siempre me fue propicia y te mantendrá a salvo hasta las buenas nuevas.