sábado, 13 de marzo de 2010

Masones ciudarrealeños

Siempre he sentido curiosidad por ese club de filántropos, los soi-disants hijos de la luz o masones; de hecho, conozco a algunos masones de hoy que, eso creo, piensan que ignoro que llevan mandil (uno posee sus propias fuentes de información y está habituado a atar cabos, pues lleva mucho tiempo investigando el gran siglo de la Masonería, el XIX); de hecho, hay alguno en mi mismo instituto... El amigo y m. Palmarola me ha ofecido alguna vez su revista para que publique algo sobre masones decimonónicos y se ha ofrecido a introducirme en alguna logia, pero siempre he terminado por desistir. He podido entrar en un taller varias veces y siempre lo he postergado, porque cualquiera que sea el ritual, siempre me resultan incómodos, infantiles y un poco humillantes todas esas bobadas de la llamada profana, el capuchón, el testamento de las tres preguntas y el mareo por todo el templo de la tenida, por no hablar del machismo de la institución, aunque algunas obediencias u orientes hayan decidido incorporar mujeres (por cierto, ¿tendrán que enseñar una teta, como exige el ritual escocés masculino, que exige enseñar una tetilla al varón...?). Lo único que me atraía de los hermanos era la posibilidad de ayudar a la gente de manera laica y organizada, así como el hecho de que hubiera banquetes (uno ha sido, es y supongo que será comilón), pero me echaban para atrás todas esas tontadas rituales, la disciplina y la jeta de los rotarios, partidarios de la cooptación y tan, tan elitistas, así como mi mujer, que se asusta fácilmente y es muy supersticiosa; un masón, o albañil, que yo siempre soy partidario de banalizar las cosas, por más durmiente o dormilón, que sea, tiene que esforzarse en tallarse y ser modelo de virtudes, buen padre y esposo, así que, si mi señora (y ama y dictadora) no quiere, porque les parecen cocos y feos, pues nada, dejo mi peluca empolvada y adiós muy buenas. Ahora que van a elegir al Gran Maestre en Las Palmas, doy mis parabienes a todos los masones ciudarrealeños, desde el más bajo aprendiz hasta el más alto Caballero Kadosh, y espero que nunca tengan que verse entre columnas, ni siquiera entre las de J & B (el whisky), porque estas últimas dan también dolor de cabeza. Siempre he pensado que lo que sobra en España es miedo y lo que falta es cultura; en fin, que les vaya bien a la sombra de la Acacia con la escuadra y el compás, (en el insti usábamos además el cartabón) y que el Supremo Arquitecto del Universo, exista o no exista, les siga ayudando para crear instituciones tan humanitarias como la Cruz Roja, pues la Masonería no es otra cosa que un club yan filantrópico como la Cáritas parroquial, que se empeña en quitar como se pueda, pero siempre discretamente, el sufrimiento y el hambre a los pobres, con colectas y con hospitales y enseñando al que no sabe, labor esta última que además de evangélica es también masónica y muy útil en esta cosa llamada España.

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