Lo que pasa con la ética es que se enseña poco o nada y se practica menos. Y lo que pasa con la generosidad es que los que la gastan -que siempre son otros- no la agradecen y la malversan, y los que la cobran -que siempre son otros- siempre la ingresan en su cuenta corriente y se olvidan de su cara, porque la generosidad tiene cara, y numerosa, y no precisamente la dura, mortífera y de cemento armado, muy menos numerosa, que esgrime el poder. Hay quien afirma que no hay que dar lecciones de moral (mejor, ética, que la moral la ha usurpado el cristianismo); pero la moral es materia de letras, no de ciencias, y se reduce solamente a dar ejemplo, que es lo que menos se da, porque cuesta dinero. Los de ciencias quisieran que sólo hubiera dos palabras para hablar: "sí" y "no", y aun solo una: "sí", que les es más cómoda, porque son de ciencias y las palabras les ponen nerviosos, sólo ven numerillos y suma o resta y la lógica, tan borrosa ella desde Gödel, Tarski y demás, les parece filfa y tonteo. Uno puede gastar muchas horas que no le retribuyen, pero lo que seguro que no dará es dinero... eso, no. Porque, claro está, uno gasta horas que no le retribuyen si le gusta lo que hace, por ejemplo, mandar, que es algo que suele gustar, pues no en vano se paga, tan bien, que nadie dimite (ese es un verbo que todavía se conjugaba en tiempos de Suárez, cuando se usó una vez, creo recordar). Pero cavar en la mina, que es algo que no suele gustar a nadie, no sé por qué, no gusta, entre otras cosas porque caen cosas encima, por ejemplo, deposiciones de mandatarios, chuzos afilados, paridas varias sobre trabajo hechas por jefes que sólo quieren que les quieran... los de arriba, no los de abajo, que son los que sacan la basura y los primeros que padecen los errores e imprecisiones (¡ah, las imprecisiones!) de los poderosos. Qué bien se estaría si, además de generosidad (una cosa tan escasa de entidad que no se percibe ni se paga, aunque quieran venderla a peso de oro) hubiera un poco más de amabilidad, de palabras, de buena educación. Porque la amabilidad también es cosa de humanidades y gente de letras, aunque yo siempre he defendido que a los de letras nos hace falta el rigor de las ciencias y a los de ciencias la didáctica y el saberse explicar de los de letras. Pues, aunque con la Biblia se ha matado siempre tanto como con la tecnología y la bomba atómica, siempre se ha hecho con más vergüenza, ceremonia, notario y papel pintado. Existe una profesión de humanidad que exige política, en el buen sentido del término, no ninguneo, obstinación maquinal y mala educación: tratar bien a los compañeros y mejor a los más humildes que a los más encumbrados. Por humanidad, por hidalguía, por nobleza, por profesionalismo, que dicen.
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