Como no me canso de decir, existen tres formas de violencia, y de una de ellas no somos conscientes. La violencia física es la más perceptible y por ello nos subleva más; de la violencia emocional somos muy poco conscientes, aunque notamos sus efectos, y de la violencia intelectual, apenas. La violencia intelectual se reduce fundamentalmente a la mentira; es la violencia que ejercita el poder político (al menos, el falso y aparentemente legítimo, en realidad poco o nada compartido).
Podemos ejemplificarlo en las noticias sobre la huelga francesa por parte de las dos cadenas presuntamente públicas de TV; con el mando a distancia alterné cómo las daban respectivamente Antena 3 y TVE 1; para la primera hubo manifestados en París "un millón de franceses"; para la segunda, "miles"; para Antena 3 eso fue una "manifestación", una "protesta" y una "huelga"; para el canal público, una "contestación" a las "medidas del gobierno", cuyo punto de vista presidía la información, a la que se le echaban de menos las aparatosas imágenes multitudinarias que a cambio esgrimía Antena 3; la palabra "huelga" ni siquiera apareció. Otro ejemplo, a escala provincial: las noticias sobre la corrupción de CCM comparecen en El Mundo, pero no en el Lanza ni en La Tribuna, medios sufragáneos de la Hermandad de Cabezones. Lamentable. Si esto no es manipulación informativa, al estilo de la franquista, pero con vitola de democracia, que es peor, que venga Dios y lo vea. Uno ya sólo puede mirar al mundo y a España con un mínimo de objetividad recurriendo a Euronews, Periodista Digital o a la prensa extranjera, únicos que utilizan una cierta independencia, y, aun así, no ciertamente exentos de manipulación. Como estamos siendo desgobernados por una serie de creativos publicitarios de bajo pelo, que no políticos, no podía esperarse nada menos que esta forma de antipolítica, despotismo o, por qué no, dictadura, o, como decía antes, violencia intelectual.
No me quejo de los periodistas individuales, quienes son también víctimas de esta situación, por no tener contrato fijo y ni siquiera un estatuto del periodista (por no haber, no hay siquiera un estatuto del docente; no en vano decía Romanones eso de "dejaos de leyes y dadme los reglamentos"); son los estatutos los que realmente reforman las cosas (o las terminan de empeorar). El principio de Peter, que los castizos suelen denominar más aromáticamente como "la mierda flota", demostrado en sociedad hasta la saciedad, excreta siempre a las alturas del poder a quienes se han caracterizado por su carácter vivillo o jodejode y, en suma, por su incompetencia, soberbia o superficialidad, hasta que se instalan en su "nivel de incompetencia máxima", según el libro, que leí cuando era un chaval. Suponiendo que tuvieran conciencia, y no una buena imitación, estas personas tan despersonalizadas, una vez alcanzadas esas cotas para las que han tenido que mentir tanto, ya no sabrían reconocer la verdad aunque les gritara al sonotone. Alguna vez he comprobado este principio, que considero indubitable. El libro de El principio de Peter ofrece, además, una serie de instrucciones para saber cómo identificar a los afectados por este mal y una serie de máximas y axiomas para reconocer sus efectos y apariencias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario