Al lado de mi casa tengo un museo que es el antiguo Instituto Alarcos y convento de la Merced. Ahora hay una exposición titulada Santos y locos, porque corresponde a los apóstoles de El Greco, quien tomó como modelos a los locos del manicomio de Toledo para obtener de ellos una mirada alucinada por la fe. Fue inaugurada por Barreda, el cómico del pelo blanco, el de Gobierna como puedas. Me identifico bastante con estos locos, porque a veces me miran como si yo mismo lo fuera, pero estos locos los tengo muy vistos; prefiero ver otra exposición, pero esta a la intemperie y no inaugurada por Barreda: la exposición de los que hay fuera en sus alrededores, a los que nadie, ni siquiera yo que vivo al lado, presta demasiada atención, porque asustan; son como la muerte, que está siempre ahí y no la vemos; un poco más allá de la perfumería de la Dori hay una casa por cuya cornisa vi pasearse hace meses a una señora mayor, como si quisiera lanzarse al vacío; por otra parte, es habitual ver al lado de mi casa a una pobre mujer vestida de saldos que sale en zapatillas a la calle con aire desconcertado y se entretiene recogiendo las hojas muertas del otoño. Se queda mirando fijamente a las personas que pasan. Me recuerda a mi madre y a mis hijas les da miedo; a mí, no, todo lo contrario; espero que no acabe como la persona a la que me evoca. Al volver a casa del hipermercado me he fijado en otra pareja de orates, un viejo y una vieja que quizá son pareja y no tienen, a lo que se ve, dentadura postiza, porque no se la pueden costear o no reúnen entre los dos la suficiente paciencia, valor y dinero para quedar con un dentista. Estaban preparándose para dormir en un cajero automático de la sucursal de Cajasol en la calle Toledo, al lado de la farmacia, a salvo de la ola de frío prevista para el viernes. No quisiera ser el individuo que revise el vídeo de las cámaras de seguridad mañana; seguro que terminaría muy deprimido. Cajasol se ha fusionado con Caja Guadalajara; espero que no se contemplen en la cinta otro tipo de fusiones. Debe ser terrible eso de pasar lo más crudo del crudo invierno en las barrigonas tripas de un banco, como si uno fuera de oro puro y no un mendigo de tres al cuarto. Tiene algo de simbólico, ¿no creen? Los otros pobrecillos van un poco más lejos, a Cáritas, que tiene su sede enfrente el palacio arzobispal, o a las monjas de la caridad, en la plazoleta de Santiago, para pedir algo de comer. Me comentaban las monjitas que había muchas familias al borde de la miseria que acudían a ellas y no dan abasto. Los mendigos profesionales de mi barrio son dos: una señora romaní que se aposta en las puertas del supermercado con un niño de pecho quizá drogado, porque siempre está dormido, y otra que se pone con otro niño a la puerta de la Merced, debajo de las diecisiete palomas también mendigas a las que damos de comer con pan desmigajado en los alféizares de nuestras ventanas. ¿Qué pan dará al gobierno a esos cuatro millones de mendigos, tan prolíficos como las palomas, que acuden a su alféizar?
Involuciona
ResponderEliminarSeremos testigos de una involución. Sociedad civil sin ánimo, instituciones vacías de espíritu, sanguijuelas que desean tu dinero y sólo eso, podredumbre.
Regresarán los episodio de Dickens y quien tenga valor que nombre la revolución. ¡Apañados estamos!