viernes, 5 de noviembre de 2010
Nombres
Eso de cambiar el orden tradicional de los apellidos es estúpido, como es estúpido querer cambiar el género gramatical por cuestiones sociales; cierto que hay quien se casa, por ejemplo un tal Servando Mier, con una Teresa de Cilla sin pensar en el baldón de su hijo Mier de Cilla; y que también hay mujeres perjudicadas, como esa Dolores Fuertes que ignoraba que en España se suele agregar el apellido del marido a la de la esposa con la preposición "de", y que se casó con un abogado llamado Tomás Barriga sin prever las consecuencias, como cuenta en un relato Robert Graves, quien conocía esa costumbre por estar instalado en Mallorca. Es verdad que hay poéticas Rosas Espinosas de las Rocas y regios Juan Carlos Rey España, pero consagrar a la extinción apellidos tan frecuentes como Ruiz, Pérez, Martín, Martínez, Sánchez, Rodríguez, Gómez, García, González y Fernández es ridículo, por no hablar de apellidos como el del mismo promotor de la idea, Zapatero. ¿Y qué va a ser de los genealogistas del futuro? Mejor les valiera dedicarse a otro oficio. En todo caso, para evitar errores de filiación -dicen los expertos que hay un seis por ciento de hijos cuyo carnet no responde a la filiación verdadera de sus padres genéticos- lo mejor sería que el primer apellido fuera el materno, porque el parentesco matrilineal parece el más difícil de falsificar: uno no nace sin dejar ruidoso testimonio de ello.
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Otra más
ResponderEliminarCiertamente parece que últimamente el legislativo no sabe qué hacer con la esfera pública (ámbito natural del mismo como institución) y se dedica a meterse en la esfera privada (ámbito natural de las personas). No lo digo por esta legislatura o porque sea el PSOE quien tiene ahora una mayoría simple, es una tendencia confirmable en los dos últimos ultros. Un claro ejemplo es la ley de partidos que juzga al grupo por las acciones de los individuos que lo conforman y que el tribunal de Estrasburgo validó ¡basando su sentencia en la ilegalización de un partido turco!, cosa que no hubiera ocurrido en los ochenta, ni siquiera en los primeros noventa.
Estoy de acuerdo contigo en que la estupidez de legislar sobre el orden de los apellidos sigue la estela del debate generado por las terroristas lingüistas que sacaron aquello de miembra. ¡Cómo si la forma de llamar a las cosas tuviera sesgo machista! que se lo digan a un palo o a una zanahoria. A este paso convendran en que el alma es el lenguaje y que hablar de forma políticamente correcta genera correción moral. Eso significa que el sistema agoniza, pues estas soberanas tonterias son coartadas para no admitir su inoperancia para hacer su teório cometido. De hecho, cuando sus señorías acceden al hemiciclo por vez primera, el consejo general que le dan es que se esté quietecito y que no haga nada, cuestión que, ahí están las pruebas, logran hacer.