Fui al especialista ayer, en el tétrico y superpoblado Hospital General. Sobre su horrenda arquitectura ya me he despachado en alguna ocasión; los suelos no lo son menos, formados como están por trapecios dentro de otros trapecios. Sólo la moqueta del siniestro hotel Overlook en El Resplandor es peor. La doctora, sin embargo, era majísima, aunque tardó en llegar una eternidad; me ha cambiado la medicación; veremos cómo resulta, porque voy a tener que ajustar la dosis. No quisiera dormirme sobre una de esas nubes descorchadas de Magritte, ni andar tan zombi como un personaje de Delvaux en sus noches de radiografía.
No voy a tener demasiado tiempo para escribir post. Se acercan las evaluaciones, hay mucho por corregir y trabajos pendientes por hacer; me siento inútil, hueco, hastiado. Tal vez toda esta presión me haya hecho tener sueños raros; ayer, sin ir más lejos, soñé que estaba en una especie de archipiélago hecho de mesetas y columnas griegas conectadas con ramas y tuberías. Había un argumento que apenas recuerdo, muy dramático y confuso; aparecía un dios infernal, Hades, después de llamarlo tres veces y que se negara dos a volver.
Tengo abandonada mi novelita El danés, aunque está muy perfilado lo que va a ocurrir. Es una pena; me divierte mucho escribirla y hablar de ella con mi hija mayor, que es algo así como mi cómplice literaria. Siempre estamos dándole vueltas a qué hacer con el pobre Torben. ¡Si supiera la que le espera!
Cada vez tengo menos ganas de nada, salvo de escribir ficción, y me importa todo un carajo; me sentaría en la calle a ver la gente pasar, como una abuelita, o bajo un árbol, a escuchar el viento entre las hojas; el tiempo ni vuelve ni tropieza. Si la vida fuese un escrito, se diría que cada vez tengo más páginas en blanco; algunos viernes me sorprendo sin saber decir cómo ni en qué he pasado la semana. La escritura tal vez detiene las aguas del olvido lo suficiente como para decir "he vivido", impone una disciplina, una rutina de observación que ancla las cosas en algún sitio, pero no más: uno lee sus paginas viejas y parece otro. Y eso de querer ser otro es muy literario, de hecho es esa esquizofrenia la que crea un otro mundo literario paralelo o personajes que no existen sobre un fondo de papel de blanca angustia.
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