Manuel Atanasio Fuentes, Estadística general de Lima, Lima: Tip. Nacional de M. N. Corpancho, por J. H. del Campo, 1858, p. 446 y ss.
Origen del Monasterio del Prado, en Lima, Perú
Ángela de Iriarte y Rocalde, monja de la Encarnación, deseosa de llevar una vida más ascética, se propuso formar un monasterio a imitación del que fundaron en Madrid los Reyes Felipe III y D. Margarita de Austria de Agustinas Descalzas, bajo las constituciones que formó la venerable madre Mariana de San José. Obtenidas para el efecto las necesarias licencias, salió de su convento el 1.° de Setiembre de 640, para erigir el de eremitaría de Recoletas de San Agustín, bajo la advocación de Nuestra Señora del Prado, acompañada de cuatro religiosas más que debían ejercer los oficios en la nueva casa, en la cual hicieron segunda profesión, en manos del Provisor y Vicario general D. Juan de Cabrera, quien dio el hábito en el mismo dia, á la madre María Antonia de la Cruz, que fué prelada después de la muerte de la fundadora.
El Dean y Cabildo de esta iglesia, en sede vacante, dieron al monasterio recién fundado, las constituciones que creyeron convenientes; mas como Sor Angela tuviese la intención de adoptar aquellas que dejamos indicadas, ron hechas para el Real Monasterio de la Encarnación de Madrid, y que eran ríjidas y estrechas que las sancionadas por el Cabildo, esperó que hubiese un Arzobispo para poner aquellas en observancia, y lo consiguió asi del señor D. Pedro Villagómez.
Desde entonces se dividieron las monjas en dos partidos que sostuvieron seria lucha en favor de ambas constituciones: alegando las unas, que habiendo profesado bajo el imperio de las dadas por el Cabildo, no podian sujetarse á otras más austeras, y apoyándose las otras en que la madre Sor Angela, al emprender la fundación, lo hizo bajo el propósito de seguir la regla de las Agustinas Descalzas de Madrid. Sometida la controversia á la decisión de varios teólogos, fueron estos de opinión que se recurriese á Roma en solicitud de una resolución definitiva.
A los pocos años de realizada la fundación, tuvo el monasterio otro largo y reñido litigio. Juan Clemente de Fuentes, hombre piadoso y de considerable caudal, ofreció á Sor Angela ayudarla en su obra de erección, contribuyendo desde luego con 50,000 $ para que sus réditos sirviesen para los alimentos de la comunidad, debiendo erogar mas adplante 300,000 $ para la fábrica, y legará su muerte, á favor del instituto, todas sus valiosas haciendas. Estas donaciones debian hacerse con tal que el donante fuese nombrado patrón del monasterio, y bajo otras ciertas condiciones y gravámenes algo onerosos. La comunidad las aceptó, sin embargo, por la necesidad de- proveerse de los recurso s de que tanto carecía, y tomó los .50,000 $• que fueron depositados en las arcas reales.
Tiempo después, de haber sido Fuentes nombrado patroa, murió bajo un testamento cerrado que ñió abierto judicialmente, y en el cual nada se deciade los 300,000 $ ni menos de las haciendas. Tal circunstancia obligó á las religiosas á recurrir á la autoridad eclesiástica pidiendo la nulidad del testamento que fué declarada en efecto absolviéndose al monasterio de las obligaciones que habia contraído bajo la base de la donación, con la calidad de que devolviese los 50,000 $ recibidos de antemano.
Sor Angela murió en el mea de Enero de 657 después de haber r ejido diez jiños el convento que le debió su origen, y por su falta fué nombrada Abademi, como ya lo dijimos, la madre María Antonia de la Cruz. Debióse á la diligencia de esta Prelada y á la decidida protección del arzobispo D. Pedro Villagomez, no solo la conclusión de lo material del edificio, sino el considerable aumento de sus rentas. En recompensa á los servicios del Arzobispo, se le nombró patrón del monasterio á quien legó, al tiempo de morir,, su corazón que hasta el dia se conserva en el nicho que para recibirlo se construyó en el presbiterio, al lado del evangelio.
El interior de este monasterio se conserva, según sabemos, en perfecto estado de aseo y arreglo, notándose como cosas dignas de atención, la sillería del coro bajo, trabajada con primor y toda tallada, y un altar del ante-coro á cuyos lados, y en toda la extencion de los muros, hay colocadas pinturas de primera clase que representan varios actos de la Pasión del Señor. Las capillas interiores están también adornadas de esculturas y pinturas de bastante mérito.
La iglesia, aunque nada tiene de sobresaliente, es limpia y está bien cuidada. El altar mayor no es de construcción moderna. En su centro y sobre el santuario, está colocada la titular, Nuestra Señora del Prado, cuyo tamaño es de una tercia de vara. La historia de esta imagen es harto curiosa é interesante, tanto por su origen, como por la multitud de prodigios que ha obrado, de los cuales no solo se tiene noticias por simples tradiciones, sino por testimonios escritos de personas notables de esta capital, y entre ellas de los vireyea D. Baltazar de Zuñiga y Fonseca, Conde de Monterrey, y el Conde de Lémus.
En Ciudad Real, capital de la provincia de la Mancha, se encontraba en la la parroquia matriz una imagen del Prado sentada en una silla; parecióle á los devotos que no era muy buena la actitud, y quisieron ponerla de pié á semejanza de una imagen de la Encarnación, que conservaba en su poder un hombre muy acreditado por su piedad y algo inteligente en escultura y pintura, nombrado Antonio Poblete. Propusieron á este que se encargase de la obra pero, después de haberse resistido, á pesar de las grandes sumas que se le ofrecieron, indicó que se confiase de la compostura á otro escultor, Francisco Castillo, ofreciendo él asistir al trabajo. Aceptada esta indicación, se reunieron, para dar principio ala obra, el cura, los rejidores y el mayordomo de la Virgen. Tomó Castillo una hacha y al quererla levantar, se atemorizó de tal modo que se le cayó de las manos. Animáronle el cura y los rejidores á cuyas instancias dio el primer hachazo en la pierna derecha que la imagen tenia sobre la izquierda, pero al golpe de la herramienta, respondió un fuerte temblor de tierra que dejó á los circunstantes fuera de sí. Recóbralos en parte de su estupor, repitió Castillo la operación y se hizo sentir por segunda vez el temblor, que como es natural suponer, aumentó la confusión y el terror. Sin embargo, no podia quedar ya la Virgen medio destrozada, y á fuerza de súplicas alentaron al escultor á que continuase, y á que diera el tercer hachazo; al tiempo que iba á descargarlo, cayó de lo alto una enorme piedra, que no causó ningún daño. En vista de semejantes prodigios, se resolvió Castillo á dejar el hacha y usar herramientas menos groseras, y la compostura se llevó á punto de dejar la efigie en el estado apetecido. Ocurrieron estos sucesos en el año de 1574
Todas las personas que se hallaron presentes, se repartieron, como reliquias las astillas y fragmentos que se desprendieron del bulto, guardándose un resto de ellos asi como la pierna y muslo en el sagrario de la parroquia. A los pocos dias, concibió Poblete la idea de tener una imagen hecha de esa pierna y la pidió al cura que contestó con una negativa; pero firme aquel en su propósito, se entendió con el sacristán conviniendo en que un señalado día se reunirían en la iglesia para el efecto. Acudió Poblete, pero estando ocupado el sacristán, le dio la llave, para que solo sacase un pedazo de pierna y lejos de hacerlo así, se apoderó del muslo y pierna, y cubriéndoles con su capa se dirijió muy contento á su casa. Tan luego que llegó á ella; se puso á trabajar sin descanso, logrando ver terminado un bulto, de una tercia de alto y de una belleza admirable. Poblete se creyó poseedor de un tesoro y por una impulsión misteriosa y secreta, no pensó desde entonces sino en venir al Perú. Tenia, sin embargo, para realizar su viaje, el grave inconveniente de la falta de recursos, pero á pesar de no haber comunicado á nadie su proyecto, paseando por una calle de Ciudad Real, oyó que le gritaron tres veces ¡Poblete! en entrando el año fe ¿ras l Con este solo motivo, vendió cuánto poseía, y abandonando su pais, se dirijió a Sevilla con su muger y su hijo. En esta ciudad, encontró aun conocido suyo llamado Machuca, que había alcanzado un destino honorífico para el Perú, quien le ofreció traerlo en su compañía.
Embarcaron e con dirección al Callao, en Abril de 576, haciendo escala en Cartajena y Panamá. Pasaremos por alto, en obsequio á la concisión que nos hemos propuesto, los pormenores de la navegación en que la imagen del Prado, que Poblete traía en una caja, salvó milagrosamente la nave del inminente peligro que corrió en el puerto de Perico, y operó otros muchos prodigios.
Poblete llegó á Lima, donde permaneció poco tiempo, pasando después á las provincias del Alto Perú y reino de Chile, acompañado siempre de su virgen que exponía é la veneración pública, en todos los pueblos que atravesaba.
Asuntos particulares obligaron á Poblete á regresar á esta capital y fijar en ella su residencia, siendo ya presbítero, por haber fallecido su muger en Potosí; tomó una casa en el Cercado, y en ella elijió una pieza que sirviese de Oratorio á la Virgen, colocándola en él, el 18 de Setiembre de 1602. En ese año fué cuando la Virgen obró el portentoso milagro con la muger de un pregonero, librándola del espíritu maligno de que estaba poseída. Agradecida la muger al beneficio recibido, instó á un individuo, dueño de una casita, cuyo terreno ocupa hoy el monasterio, á que la cediese á la Virgen, para fundar en ella una hermita. El individuo no solo accedió á la petición^ sino que anmentó la donación con otra finca sobre cuya área se edificó la actual iglesia.
Poblete deseoso de perpetuar el culto de su Señora del Prado, y juzgando que tal vez con su muerte, decaería la devoción que la profesaban, hizo donación de la hermita al padre Agustino Fr. Diego Castro y por muerte de este, al convento de su orden, sin perjuicio deque su hija D.a María fuese patrona durante su vida. Esta ratificó posteriormente la donación hecha por su padre, añadiendo la clausula de que se fundase un monasterio de religiosas Agustinas, lo que movió á D. Ángela de Zarate á presentar al Virrey un memorial, solicitando la licencia necesaria para esa fundación.
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