Admiro muchísimo a la gente ordenada, y la envidio, porque posee algo que no tengo y que de verdad necesito. El orden tiene una función, que es sacar el máximo rendimiento posible al esfuerzo; si no fuera por eso, no sería tan necesario. Un ordenado puede sacar los mismos resultados que un desordenado sin esforzarse tanto como él. Pero hay un inconveniente: el desorden es creativo, y el orden es más bien estéril. Quien quiera investigar, tiene que saber sumergirse en las aguas del desorden para poder pescar alguna pieza asombrosa o descubrir algo. Los que hemos investigado lo sabemos; sin embargo el precio a pagar no es poco: esforzarse demasiado, poner cara avinagrada y perder mucho tiempo en vano. Por demás, la batalla del orden contra el desorden parece la de Alonso Quijano contra el mundo. Siempre termina rodando por los suelos. El orden caracteriza a la gente fría y cerebral; el desorden, a la gente apasionada y creativa. Eso no quiere decir que la gente fría y cerebral no sea apasionada, sino que su pasión se vierte hacia dentro, de modo narcisista. El desordenado, por el contrario, vierte su pasión hacia afuera y en realidad, por dentro está bastante ordenado, aunque por lo general en torno a una sola pasión fija y parcial. La experiencia me ha enseñado a no juzgar a la gente por la fachada. El tío más cerebral puede perfectamente matar a toda su familia en un arrebato de cálculo para reafirmarse mejor en su propia identidad. Y el más desordenado puede suicidarse para desperdigarse de una vez completamente por el panorama.
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