Muchos piensan que el mal tiene cara de actor de cine; que ha ido a un casting de feos, por así decir, o que es cuando menos malencarado y oscurito, como es caricortado y negroide el señor de la escafandra que gobierna el reverso tenebroso de la fuerza. Arendt, por el contrario, que lo padeció un bastante, decía que el mal era un hombrecillo gris, banal y rutinario desprovisto de conciencia moral ante los efectos siempre lejanos de lo que hace; gente de cuello blanco, corbata y gomina que se considera medio, nunca principio ni fin, y que puede ser modélico padre de familia y eficiente funcionario del horror, aunque sólo porque ese es el esquema más rutinario y mejor trazado.
Esos hombres (y mujeres) son el mal. Que no os engañen sus trajes, sus medallas, sus timbres de gloria, sus caras, bustos y efigies de modelo acuñadas en las revistas, periódicos y pantallas: son el mal. Forman parte de un gran equipo, cuyo cometido general ni siquiera se han preocupado en discernir personalmente; para su fatalidad todo es manifestación del orden supremo, incluyendo el engorde gorrino de sus bolsillos, la anorexia de su conciencia y, por efecto de una extraña oftalmopatía e hipoacusia, el desvío de la mirada por el lado menos problemático y la sordolencia de no reconocer los tonos más agudos y estridentes, los de los gritos. Son los responsables verdaderos del crisismo, por encima de todos los otros estúpidos violentos, porque su violencia es estructural e intelectual, son los autores últimos y responsables intelectivos del crimen de lesa humanidad en que consisten el hambre, la miseria y la pobreza, y sobre ellos debe caer todo el peso de las instituciones, la moral y la ley.
Pero no ocurre. ¿Por qué?
Porque ellos, esos hombrecillos grises, banales y rutinarios forman parte de un gran equipo, el de las instituciones, la moral y la ley. Porque esos hombrecillos son las instituciones, la moral y la ley; porque esos hombrecillos somos nosotros.
Quiero pensar que con el pensamiento y la voluntad las cosas pueden cambiar; pero como no cambien, aunque el tiempo necesario sea muy largo -ya lo ha sido- terminarán poniéndose los fundamentos para un terror peor que cualquier otro.
Aunque muchas personas de edad dicen que esto les recuerda la situación previa a la Guerra Civil, lo que yo veo es que la situación es más bien parecida a la que había en Italia antes del secuestro y asesinato de Aldo Moro.
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