A últimos de junio los ánimos están tan sofocados por este cochino calor y tanto acogotante aburrimiento que uno se desespera y piensa hasta en irse al quinto pino para ahorcarse de él. Lo que pasa es que la lasitud es tanta que ni siquiera apetece ponerse de pie. El efecto lo multiplica ad infinitum el fastidio de los demás y la roñosería de lo que se llama entretenimiento audiovisual: las mismas películas, los mismos anuncios, las mismas noticias repetidas ad nauseam; si enciendes la radio, lo mismo; si la televisión, lo mismo; si compras el periódico, lo mismo. Hasta tú eres el mismo que ayer y el mismo que serás mañana y oyes la misma música y los mismos tópicos en labios de los demás y todos los paisajes, ya vistos, poseen todas las gastadas y quemadas tonalidades del gris. Ni siquiera tengo ganas de gritar socorro, eso exige más energía y entusiasmo del que dispongo. Y, para colmo, dentro de poco se celebra -el verbo es antifrástico- esa especie de congreso provincial de gilipollas llamado Pandorga.
Necesito unas vacaciones para librarme de estas vacaciones.
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